Una buena tarde de toros en Sevilla con una corrida de El Ventorrillo y tres toreros dispuestos. El Juli, enorme en todas sus actuaciones, Talavante, brillante co dos orejas excesivas y El Cid, simplemente voluntarioso.

Seis toros de El Ventorrillo, desiguales de presencia y juego.El quinto, sobrero de la misma ganadería por otro devuelto por inválido. Mejores, tercero y el quinto bis. 

El Juli (grana y oro): una oreja y vuelta al ruedo.
El Cid (rosa y oro): silencio y saludos.
Alejandro Talavante (avellana y oro): dos orejas y silencio.

Plaza dela Real Maestranza. 10ª de abono. No hay billetes.

Carlos Crivell.- Sevilla

 Por fin, una tarde de toros con argumentos en la Feria; a la décima, una corrida con toros y toreros; el día de la protesta antitaurina, como los toros bravos, la Fiesta se vino arriba en la Maestranza. Y entre muchas cosas buenas y cierta dosis de generosidad desde el palco, una actuación redonda de El Juli, sólo empañada con el estoque en el cuarto, con el que perdió una merecida Puerta del Príncipe.

El madrileño la tuvo en sus manos, lo mismo que la vislumbraba Talavante. Nadie se acuerda del tiempo que hace que dos matadores no cruzan la Puerta a hombros. A Julián se le escapó en una suerte en la que nunca falla: la espada. A Talavante se la pusieron en bandeja con dos fáciles orejas y devolvió su crédito en el sexto.
El Juli estuvo en maestro justo hasta perfilarse para rematar al cuarto. Su toreo de capa elegante y poderoso, ahora con la verónica como arma fundamental, su clarividencia de los terrenos y las distancias, esa forma de someter al primero por abajo para que no tuviera más remedio que seguir la muleta, todo en la faena al primero fue un primor de lidiador. Alguna fase de menos brillo le restó méritos a una oreja que pareció muy fácil. El presidente Murillo, al que supone exigente, parecía ayer un Rey Mago.

Pero esa generosidad no empaña lo que El Juli realizó en el cuarto. Faena poderosa, dominadora, a contracorriente de un toro justo de raza que al final sólo miraba a las tablas. Su aguante a milímetros para embarcarlo en pases casi imposibles, su serenidad, todo fue perfecto. Eran dos orejas de verdad; era la Puerta. Pero había quebrantado mucho al de El Ventorrillo, que no se cuadró nunca. Se precipitó y pinchó tres veces. Por encima de los trofeos, fue una lección magistral de un espada maduro y consagrado.

La corrida de El Ventorrillo fue buena, quizás con la raza en niveles mínimos, pero buena para el toreo actual. La presentación, al mínimo. Algunos toros no eran adecuados para una plaza de primera. Y algunos pitones, tampoco, como el devuelto quinto, cuyo pitón izquierdo se desfloró en un roce con el burladero y quedó como una escoba. El sobrero – ¿por qué se dejó ese toro en los corrales? – fue excelente. El general, un encierro de buena nota.

Talavante se encontró con un dulce maravilloso en primero lugar. Muy justo de trapío y de raza, muy blando de remos, embestía con boyantía y fijeza. El extremeño le hizo una faena exquisita por su templanza y suavidad. A los vuelos de su muleta llevó con mimo al torillo en una faena intensa y vibrante. La virtud fue la ligazón. Aprovechó el final rajado del animal para dibujar trincherillas sublimes. Se tiró a matar y acertó. Se le concedieron dos orejas, aunque en esta plaza siempre fue preciso torear bien con el capote para cortarlas, algo que Talavante no hizo. Queda la noticia de su despertar en una faena bellísima. También tenía la del Príncipe en sus manos, pero el sexto, largo y alto, no le dio opciones, aunque ahora lo devolvió todo con una labor sin norte.

El Cid debió cuajar al sobrero, un buen toro. Las tandas sobre la derecha nos devolvieron al matador de cite largo, distancia y temple. Fue un clamor que se hundió por la izquierda y en un desarme cuando el de Salteras se amontonó con el animal. Fue un toque muy fuerte, cesó la música, se enfrió la plaza y ya nada fue igual. El Cid, enrabietado, dio muestras de su enfado. Antes, con el segundo, simplemente no se entendió.

Buena tarde de toros con El Juli en figura, que se marchó a pie cuando su tarde había merecido el honor de salir por la mayor Puerta del toreo: la del Príncipe.

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