Gastón Ramírez Cuevas.- Fernando Melitón Romero Marín, "Lagartillija", banderillero al que, en las postrimerías de la primera década del siglo pasado, mató el toro de certera cornada en el pescuezo, ha sido el protagonista -para mí- de esta execrable décima de abono, puesto que sonaron en la plaza las notas fabulosas de José Martín Domingo, autor del pasodoble que lleva el nombre del malhadado torero nacido en Alcalá de los Gazules.

Lagartillija fue un torero de la cuadrilla del Indio Grande, don Rodolfo Gaona, y le mató -a los 27 años de edad- el toro "Merino", de Concha y Sierra, allá en los años de la verdad del toreo y el pundonor ganadero. Fue en 1909, el 25 de abril y en Madrid, épocas en las que Rafael El Gallo y Vicente Pastor triunfaban, en las que los toros tenian raza y los ganaderos cara presentable.

Así las cosas, la banda del impredecible hijo de Pepín Tristán, se arrancó en la guapa reina de las plazas de toros con un himno taurino digno de mejor causa, con una de las melodías más completas en el arte del pasodoble. Eso ocurrió mientras Talavante toreaba lo que de toreable tenía el segundo de la tarde, el único bicho de Gavira que podía pasar por toro de lidia por su bobalicona voluntad de embestir.

Poca cosa, señores, poca cosa. Los de Gavira han superado en mansedumbre a todos los encierros de los últimos doce años, por lo menos. Uno se pregunta si después de mandar estos toros, se puede salir a la calle en Sevilla sin cubrirse el rostro con una máscara, o aunque sea con una bolsa de papel.

Morante no tuvo toros dignos de ese nombre, Talavante y Luque tampoco. Alguno de los coletas lo intentó más, alguno menos, otros con más suerte y otros en menor registro. El encierro de esos ganaderos que usan la divisa blanca, la más antigua de España, fue un asco, una basura. Una tarde para el olvido, definitivamente, pero este curso intensivo de mansedumbre que soportamos estoicamente en La Maestranza, se nos quedará en la mente mucho tiempo.

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