Juan Manuel Albendea.-Qué pena que los seis bueyes de Gavira que murieron ayer en La Maestranza no hubieran sido reservados para uncirlos a sendas carretas en la próxima romería del Rocío. Hubieran hecho buen papel pues no andaban escasos de fuerzas. Uno rompió hasta una puerta para tratar de huir del ruedo. El año pasado no se anunció en el abono un encierro de Gavira, pero sí se lidiaron cuatro toros como sobreros en tres festejos. Ninguno demostró el mínimo signo de bravura, pero no llegaron al vergonzoso espectáculo de ayer, pues lo que querían era campar por sus respetos, sin que les incordiaran con los engaños. ¡Qué pena que con unos ancestros tan ilustres, como Raso del Portillo, la que fue la ganadería más antigua de España, hayan traicionado no sé si a sus genes, pero sí, por lo menos, a su heráldica!

Talavante, en el quinto, se lo llevó a toriles o se fue el toro allí y, quieras que no, aprovechando la querencia le endilgó algunos muletazos estimables, pero sin mucha ligazón, pues cuando podía Habanero, que así se llamaba, se escapaba para dar unas cuantas vueltas al ruedo poniendo de relieve sus magníficas cualidades físicas para el yugo. Daniel Luque trató de hacer lo mismo en el sexto, pero el burraco Cantarero tampoco se encontraba cómodo en zona de toriles y campaba por sus respetos sin importarle un pito que lo citaran con la muleta o con un cencerro.

Es difícil decir cuál de los toros era peor, pero quizás se llevaran la palma los de Morante. El primero no derrotaba en los burladeros ni aunque se le pidiera por favor. En el caballo, en cuanto notaba la malhadada puya, volvía grupas. Intentó el de La Puebla enjaretarle algunos redondos, pero entre las tarascadas que tiraba Defensor y la racha de viento que se levantó, sus esfuerzos fueron baldíos. En el cuarto estuvo por encima del toro, pero eso no quiere decir que hubiera una faena aceptable pues el toro era tan manso que simplemente con intentar meterlo en la banasta sin conseguirlo ya fue bastante.

Quizás fue el segundo de la tarde el menos malo. En el tercio de varas no demostró ninguna cualidad, pero llegó a la muleta con el propósito al menos de no huir. Talavante lo aprovechó y comenzó con unos estatuarios seguidos de una serie de redondos templados y bien ligados. Su premio fue, tras un pinchazo, salir a saludar a los medios. El tercero lo habían bautizado con su triste futuro: Perdido. Demostró ser muy blando y el usía lo mandó al corral. El sobrero, del mismo hierro, no quería ver a los caballos ni en pintura, pero a favor de querencia le endilgaron dos puyazos. Derrotaba en cada embestida y conseguir dos muletazos seguidos era misión imposible.

A Luque le apuntamos un quite por verónicas armonioso en el primero de Talavante. Menos mal que, de vez en cuando, a los espadas les entran ganas de competir con el capote en los toros de sus compañeros. Pero eso es una rara avis. El sexto igual se fue a toriles pero, cuando le citaban para que embistiera, le apetecía darse una vuelta al ruedo, que dicen que es muy bueno para el corazón.

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