La décima corrida de la Feria de Sevilla no fue brillante y se saldó con una vuelta para El Fandi en el sexto, mientras que El Cid perdía un trofeo por la espada. La corrida de Torrehandilla, floja.

Plaza de la Maestranza. Domingo, 22 de abril de 2012. Décima de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Torrehandilla y Torreherberos, y un sobrero de Montealto  lidiado en segundo lugar. Saludó Alcalareño

Rivera Ordóñez, de azul marino y oro. Estocada desprendida (saludos). En el cuarto, media estocada y descabello (silencio).

El Cid, de azul pavo y oro. Estocada baja (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada pasada (saludos).

El Fandi, de corinto y oro. Estocada (saludos). En el sexto, estocada (petición y vuelta).

Carlos Crivell.- Sevilla

Cartel de domingo, público festivo y una corrida plana y monótona con pocos detalles para el recuerdo. Y se pudieron cortar dos orejas que no hubieran añadido ni un gramo de gloria a la tarde. El Cid la tenía en sus manos y se la quitó la espada. El Fandi encontró un aliado inesperado en la banda de música, tan rácana el sábado y tan generosa ayer, y bien puso llevarse un trofeo. La sensatez volvió a la plaza y los pañuelos se quedaron en los bolsillos.

El encierro de dos hierros fue poca cosa de presentación y de juego. El conjunto anduvo en los mínimos de todo. El ofensivo y cinqueño sexto se tapó por los cuernos. Fue un lote de pocas fuerzas, soso y noble, es decir, una corrida moderna que sirve para cualquier plaza menos para una como Sevilla, donde se pide algo más al toro de lidia. Los mismos trasteos de la terna son premiados por otras plazas. Sevilla exige más toreo para cortar trofeos, incluso en jornadas de público festivo que llega para pasar el domingo en la capital y a ver poner banderillas.

Se supone que era una corrida pare ver muchos pares de banderillas. Al final, menos de lo esperado. Rivera se abstuvo en el cuarto después de ponerlas con aseo y sencillez en el que abrió plaza. El Fandi fue fiel a su estilo, siempre poderoso, y clavó algunos buenos y otros a toro pasado. Lo mejor de los tercios fue escuchar a la banda, que toca muy bien aunque su director tenga los papeles perdidos.

El festejo se animó en los dos toros finales. Antes, fue un suplicio para el aficionado. Se juntaron toros tullidos y sosos con toreros cumplidores sin aparente ánimo de animar a la concurrencia. Si se le añade una lentitud desesperante sin que pasara nada, resulta que los primeros cuatro de la suelta apuraron una hora y tres cuartos. Demasiado para tan poco toro y una tarde de domingo.

Fue tan poca cosa el espectáculo que se hurtó, una vez más, el tercio de varas sin que nadie en la plaza levantara una voz para exigir una lidia completa. La realidad es que los Torreherberos y Torrehandilla no tenían fondo para soportar los tres tercios, con especial mención para el de varas, que a este paso va camino de pasar a la historia.

Decíamos que se animó algo la tarde en los toros quinto y sexto. El primero de ellos, bien picado por Juan Bernal, permitió una faena de Manuel Jesús «El Cid» correcta por la derecha y de pocos pases por la izquierda. Algunas tandas con la mano diestra tuvieron ligazón. El torero de Salteras se atemperó y remató con muy buenos pases de pecho. Fue una faena que destacó después de unas cuantas anteriores sin relieve. Podía haber cortado la oreja pero un pinchazo se la llevó a la tierra donde habitan las orejas no cortadas, que en algún lugar deben andar las orejas que se lleva la espada.

El cinqueño sexto se tapaba por su arboladura. El Fandi dejó que Juan de Dios Quinta lo picara, algo que es noticia. El Fandi comenzó con tres doblones muy buenos que le permitieron saber que el animal era noble. La primera tanda diestra fue vista y no vista por la velocidad. La segunda fue mejor. La banda atacó el pasodoble por su cuenta y riesgo. El Fandi dibujó algunos naturales sueltos de buen corte entre otros en los que se agarró al costillar. Cuando cambió la espada el toro se echó sobre el albero. La espada cayó baja y la petición fue mínima.

En este festejo dominical no hay muchas cosas de relieve que comentar. Rivera Ordóñez, ahora Paquirri en los carteles, se mostró fácil y templado con el primero. Sin molestarse el uno al otro, Francisco dibujó muletazos limpios sin gran emoción. El cuarto sufrió el espanto de los malos puyazos de Diego Peña y llegó punteando los engaños. Toro molesto al que pasaportó pronto después de haberse derrumbado en alguna ocasión.

El Cid no le cogió el sitio ni la distancia al segundo, un toro que desparramó la vista y se mostró gazapón. No hay nada más incómodo que un toro que anda y mira. El Cid le dio pases de factura variada. Nunca se vino arriba el trasteo. El Fandi mató al tercero, toro parado, reservón y deslucido. Salió el cuarto, ya se sabe de mal estilo, y todo el plomo de la tarde era propio de un tostón soberano. Con el quinto y el sexto la masa disfrutó algo, poco en verdad, pero a la salida los cuerpos estaban destrozados de dos horas y media sentados en el duro ladrillo. Dos horas y media pueden ser un cielo fugaz, la corrida del viernes pasado, o una dura losa capaz de acabar con cualquiera. ¿De quién fue la culpa de este espectáculo tan lineal y tan pesado? De Fuenteovejuna, señor. Es decir, que todos pusieron su granito de arena. Dos horas y media sin nada de que gozar no se sostienen.

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