Álvaro Pastor.- En cualquier canal de televisión local podrían organizar un programa del tipo “Queremos saber”, pero dedicado en exclusiva a las cosas de la Maestranza, que son muchas y variadas. De esta grada iban a sobrar candidatos para hacer preguntas, pues tenemos de todo, los tres estamentos tradicionales se dan cita en este reducto espiritual -algunos le llaman talibán- de la plaza: catedráticos de universidad, labradores, abogados, jubilados, concejales, pregoneros, ingenieros, curas y hasta nobles. Pepe “el de los espárragos”, mejor que no vaya, porque el hombre se sulfura en demasía y se toma las cosas muy a pecho.
Como dudo mucho que esta empresa que padecemos generación tras generación, cual maldición bíblica, quisiera mandar a alguien a responder las preguntas, y la autoridad puede que también hiciera mutis por el foro, vamos a intentar resolver algunas cuestiones, que para eso ayer fue día de San Isidoro de Sevilla, lumbrera del conocimiento y del saber.

¿Por qué viene todos los años Finito a la feria si casi nunca hace nada? Buena pregunta. Hay toreros que han sido muy bien llevados y otros que más le hubiera valido no haberse metido en esto; el de Sabadell es de los primeros. Además, como va de telonero y casi nunca se despeina –cosa harto difícil por el fijador-, no molesta. A su primero ni lo quiso ver. Al cuarto, que era medio potable, le bailó bastante y no le sacó todo el jugo.

¿Por qué pasan morlacos sin trapío ni cara para una plaza de primera? No sabemos/no contestamos, pero en el reconocimiento previo se fueron para atrás seis: tres por “escaso desarrollo de las encornaduras para la categoría de esta plaza” -¡cómo serían!- y otros tantos por “falta de conformación zootécnica”. Más claro, agua.
¿De qué murió el tercer toro? Al pobrecito le dio un patatús o soponcio en medio de la faena y ahí terminó sus días. Sería bueno, para no crear más leyendas urbanas en torno a esta fiesta donde no es oro todo lo que reluce, que los responsables políticos de los que depende la tauromaquia pusieran luz y taquígrafos.
Y vamos ya con lo que pasó: Morante venía con el mono de trabajo; cumplió con creces en los dos. La oreja del diestro de La Puebla ante el único animal con cierta movilidad y atisbo de casta no tapa un fracaso ganadero que cercenó las ilusiones de un Castella con valor seco que sabe transmitir tranquilidad delante de la cara del toro.

Tanto aguar la sangre brava que lo que la naturaleza no da ya, Sevilla no puede prestarlo, aunque bien que lo intenta con dosis elevadas de optimismo y resignación. Mañana será otro día, si Dios quiere.

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