Manzanares salvó el festejo en el sexto, el único toro de Juan Pedro que embistió bien, porque el resto de la corrida fue mala con toros mal presentados, como el quinto, y la mayoría sin fuerzas y descastados. Ponce, inédito, y Castella, valiente.

Juan Pedro Domecq / Ponce, Castella y Manzanares
Cinco toros de Juan Pedro Domecq, unos anovillados y otros voluminosos. Mansos, flojos y descastados. El quinto, muy chico. Sobrero de Parladé, cuarto, inválido y descastado.
Enrique Ponce: ovación (media lagartijera) y silencio (estocada).
Sebastián Castella: silencio (estocada y tres descabellos) y ovación (pinchazo y estocada).
José María Manzanares: silencio (pinchazo y estocada) y dos orejas (estocada).

Plaza de La Maestranza, duodécimo festejo, lleno de no hay billetes en tarde fresca y lluviosa al final. Saludaron Curro Molina y Pablo Delgado. Destacó a caballo Chocolate.

Carlos Crivell

El único toro bueno de la corrida salvó a todos. A un ganadero que estaba fracasando a lo grande; a la empresa, responsable del deprimente espectáculo vivido;_ a la presidenta, que estaba navegando con mucha pena y escasa gloria, y a Manzanares, que dio un curso de toreo grande junto a las tablas y bajo una cortina de agua.

Se salvaron todos, pero no lo pudieron ver muchos, que huyendo del diluvio que venía del cielo habían puesto tierra por medio. Ese sexto toro, tan chico como la mayoría, fue bravo y embistió bien a la franela de Manzanares. Por delante hay que cantar la excelencia de los muletazos del alicantino, que posee esa rara exquisitez de los toreros de calidad. Las tandas finales sobre la derecha y la izquierda fueron enormes por el mando, el temple y el buen gusto. Los naturales y los adornos tuvieron sello de calidad suprema. Caía entonces toda el agua del mundo. La estocada dio paso a las dos orejas, un buen premio, si me apuran excesivo, pero que le venía bien a la tarde y al palco, que así lograba que la afición olvidara todo lo que había ocurrido hasta entonces y en la que de nuevo fue protagonista.

Se aprobó una corrida mal presentada con la cumbre negativa del quinto, que además de chico, avacado y culipollo, tenía una cornamenta fea, bizco del derecho, que en su conjunto remataba un toro impropio de Sevilla. Y otros toros también estaban mal presentados. No se entiende que haya otra de Juan Pedro en breve.

Del comportamiento, todos flojos y descastados. La bobaliconería del primero no sirve en Sevilla. La falta de fuerzas del sobrero cuarto, tampoco. Por tanto, para que nadie se confunda, una corrida muy mala con un toro bueno.

Y para darle otro contenido a la tarde, el viento. Molestó desde el primer toro. Sólo cuando el cielo dijo agua va, el huracán cesó. Este invitado no deseado marcó la corrida. Ponce toreó

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