Morante dejó su arte a un lado para fajarse con un maso de Javier Molina y darle contenido a una tarde desgraciada por los pésimos toros de Jandilla. Muy aseado, Cayetano y sin nada que resaltar Aparicio.
Tres de Jandilla, dos de Vegahermosa y uno de Jabier Molina. El segundo, de Jandilla, y el quinto, de Molina, sobreros. En general de pobre juego, descastados y flojos. Todos, mal presentados.
Julio Aparicio: silencio y silencio. Morante de la Puebla; silencio y saludos tras aviso. Cayetano: saludos y silencio.
Plaza de la Maestranza, 12ª de abono. No hay billetes. Saludó en banderillas Ángel Otero.
Carlos Crivell.- Sevilla
Morante mató dos toros; ninguno era de los anunciados en principio. El primero de su lote se partió un pitón. El segundo era inválido. El primer sobrero era una raspa, como casi toda la corrida de Jandilla, que no tenía ni alma ni corazón ni vida. El segundo sobrero, con el hierro de Javier Molina, tenía toda la guasa del mundo. Fue un regalito. Nadie esperaba nada. Esos toros se aliñan por bajo y se matan. Morante se puso, se cruzó y exprimió las pocas embestidas de un toro que acabó en la puerta de toriles mirando al torero. No era para menos. Todos los toros no tienen la suerte de que los lidie el de La Puebla.
Las tandas surgieron como por arte de magia. De la chistera fue sacando muletazos de distinto valor. Algunos con la derecha de corte espléndido, sentidos y toreros. Otras veces, el de Molina se acordaba de la guasa y que quedaba en la mitad del pase. Cualquiera diría que era un torero fajador, valiente y aguerrido. Nada de eso; era un artista consumado que se jugó los muslos para demostrar que tampoco en cuestiones de valor se queda corto.
La plaza le entendió. Antes del remate, se puso por la izquierda y dejó pases de adorno y algún trincherazo a modo de la firma para recordar que atesora arte por los cuatro costados. Pinchó en hueso y la espada quedó tan firme que sacarla costó un mundo. Le pidieron la oreja, pero no era para premio. Sevilla se rompió las palmas admirada del valor de un artista consumado.
Antes, unos lances bellísimos al primer sobrero, de Jandilla, algún natural suelto al mismo toro, el quite al primero de la tarde, y un quite providencial a Cayetano en el sexto. Tarde de torero de cuerpo entero, sin alardes, seco, valiente, para forjar una legión de lidiadores. Y a todo esto, sigue sin encontrar a ese toro que le embista para que Sevilla le haga, para siempre, su mayor mito torero de estos tiempos.
La de Jandilla fue una corrida basura en toda regla. El encierro se lo colaron a los veterinarios y la afición se la tragó sin rechistar. Chicos, la mayoría terciados, de pitones tan lamentables como los del burraco cuarto, flojos, descastados, todo un muestrario de toros inútiles para el lucimiento. Como el cartel era de artistas, se supone que eligieron ese tipo de toros patentados por Juan Pedro que pueden ser más peligrosos para la Fiesta que todas las iniciativas populares catalanas.
Aparicio dejó detalles de toreo de desgarro y quejido en el primero. Dos pases y a correr para empezar de nuevo. Con el cuarto estuvo diez minutos por allí sin un destello de gracia. El toro era una babosa; Aparicio, a gusto ante la inocencia del animal, no se cansó de dar muletazos vulgares.
La plaza era casi un plató de televisión ante la presencia de Cayetano en la Maestranza. Vestido de primera comunión, el nieto de Ordóñez dejó como mejor tarjeta de presentación una estocada al tercero y los lances del saludo con una rodilla genuflexa al sexto. Todo los demás, toreo aseado, distante y sin compromiso. Sobre todo la faena al sexto fue un modelo de toreo sin ajuste. Se fue con el terno casi incólume, blanco inmaculado.
Hay una lectura final a vueltas de la corrida de Jandilla. Además de la mala presentación, que es cosa de la autoridad, incompetente en este caso, la elección de un ganado tan descastado llevó al festejo al fracaso. La gente fue a ver torear a Morante, e incluso a Cayetano, pero no pudo ver más que una exhibición de valor del primero ante un animal de esos que vienen a llevarse el dinero de la temporada. Sólo por eso, mereció la pena. A los taurinos culpables de una corrida tan ruinosa, hay que darles un serio toque de atención. Así, con estos toros, acaban con la Fiesta.