Foto: Arjona – Pagés

Carlos Crivell.– Salían toros sosos uno detrás de otros y el cuarto, bonito y con cara de niño, parecía que estaba llamado a ser lidiado sin pena ni gloria, casi como había pasado con sus hermanos. El toro no fue un prodigio de nada, pero el prodigio fue el torero que se puso delante, Juan Antonio Morante, de La Puebla, que dictó un curso de todos los valores que deben adornar a un torero.

Calidad, en las verónicas del saludo, algunas sencillamente perfectas, por el juego de brazos, la armonía del cuerpo y la elasticidad de la cintura. La banda de música acompañó a este ramillete de seis verónicas y media. Y en cuestiones del toreo de capa, el mismo Morante hizo el quite por el mismo palo y le replicó Ortega en el suyo, aunque nada alcanzó la altura de los lances primitivos.

Variedad, en un saludo con tres recortes de rodillas, que no sé si serán de inspiración gallista o no, pero que supieron a gloria por lo que tuvieron de novedad y sorpresa. Fueron la antesala de las verónicas. Esa variedad volvió a hacerse presente en los ayudados rodilla en tierra del comienzo de la faena, seguidos de trincherillas inmaculadas.

Clasicismo, en su concepción de la faena a un toro ciertamente noble, pero también muy soso y de poca transmisión. Las dos tandas con la diestra, llenas de buen gusto. Decayó la labor cuando el animal dobló las manos con la zurda y la faena parecía diluirse. Pero aún quedaba lo mejor.

Inteligencia, para entender que un toro con tan poca vida podía embestir mejor en la corta distancia, como así lo hizo, con Morante entre los pitones para engarzar al animal en naturales enroscados a su cuerpo, en redondo completo, limpios, sentidos, como una catarata de buen toreo. Clarividencia por su colocación, por la forma de rematar los muletazos, por todo un cuerpo al servicio del toreo.

Torería, para encontrar el adorno justo y medido en cada momento. Por la forma de salir y entrar de la cara del toro; por su expresión torera.

Valor, para citar en los terrenos del toro no para dar circulares, sino para torear al natural y pasarse al de Domecq por la faja.

Coraje, cuando fue empalado de forma aparatosa y se levantó enrabietado para esculpir una tanda de naturales gloriosas, ya con la plaza enloquecida y ronca de gritar ante una demostración tan inmensa de valor y calidad torera.

A todo esto, la música no había sonado. Es verdad que ante un toro que necesitaba una lidia por fases podía faltar esa tanda inicial rotunda, algo imposible. Morante fue apropiándose de la voluntad del toro pase a pase. Cuando tras la cogida el maestro atacó el pasodoble, Morante la mandó callar de forma solemne y categórica. A buenas horas, mangas verdes.

La estocada provocó una de las explosiones más intensas que se recuerdan en esta plaza en los últimos años. El presidente sacó el pañuelo de uno en uno, cuando era de dos pañolazos al tiempo. Los más veteranos rememoraban otras tardes de tanto clamor, mientras el torero, dolorido, daba una vuelta al ruedo que fue como una estruendosa aclamación que eres nuestro torero y estamos contigo.

El resto de la corrida casi no cuenta. Es muy difícil salir a torear después de Ortega, como le pasó a Roca Rey en el tercero, lo mismo que lo que pasó al propio Ortega en el quinto tras la sinfonía de Morante. En el segundo, Juan Ortega realizó una faena preciosa a un toro noble. No se puede torear más despacio que lo hizo Ortega a este toro. Perdió la oreja por el fallo con la espada. Con el quinto, después del suceso, ni el toro valía un duro ni Juan anduvo entregado.

Roca Rey le dio muchos pases al tercero, animal inexpresivo, de manera que a casi nadie pereció interesarle. Había comenzado de rodillas con valor. Muy al hilo del pitón, cuando quiso dar circulares parte de la plaza se lo recriminó. Con el sexto, salió enrabietado, pero era otro toro sin alma. La tarde estaba ya vencida, todos hablaban del suceso del cuarto.

La gente salió satisfecha, no tanto por el juego de los de Juan Pedro, muy pobre, sino por la sinfonía de arte y valor de Morante, de forma que las entradas para la de Miura han multiplicado su valor de forma abismal.

Plaza de toros de Sevilla, 1 de octubre de 2021. Duodécima corrida de San Miguel. No hay billetes sobre el aforo permitido. Cinco toros de Juan Pedro Domecq, el primero lidiado como sobrero, y uno – quinto – de Parladé, correctos de presentación, justos de raza, muy flojos, nobles y de extrema sosería.

Morante de la Puebla, de fucsia y azabache con golpes de oro. En el primero, dos pinchazos y estocada corta atravesada (silencio). En el cuarto, estocada desprendida (dos orejas).

Juan Ortega, de rioja y azabache. En el segundo, pinchazo y estocada caída (saludos). En el quinto, estocada desprendida (saludos).

Roca Rey, de negro y oro. En el tercero, estocada caída (aplausos). En el sexto, pinchazo y estocada (palmas).

Saludó en las banderillas del tercero, juan José Domínguez. Buena lidia de Juan José Trujillo y Jorge Fuentes.