Álvaro Pastor Torres.- Todos los toros tienen su lidia (artículo 1º del reglamento apócrifo del arte del toreo). Por eso el malogrado Pepe-Hillo comienza su Tauromaquia alternando las suertes (la verónica, el recorte o de frente por detrás) con los tipos de toro que el matador se puede encontrar (el que se ciñe, el que tiene sentido, el revoltoso, el abanto o temeroso, el bravucón). Saber darle la lidia precisa a cada res es lo que acerca a un diestro al triunfo. Además, si se manda, tiempla y liga, el éxito está asegurado a poco que ayude el corazón para terminar de rematar la faena metiendo la espada en el sitio más o menos adecuado. Todo ello hace grande a un torero. O a dos para ser exactos: Julián López El Juli y José María Manzanares. (Daniel Luque anda aún tocado tras la encerrona de Madrid, o se amilanó tras la actuación de los compañeros, o no termina de verlo claro. O puede que las tres cosas a la vez, mal asunto. Le quedan tres toros para remontar el vuelo).
Llegó la feria y con ella el calor. Exceso de alcohol en sangre, bullas en la solanera y la Cruz Roja que no daba abasto con tanto desmayo. La crisis ha llegado a la Maestranza (la económica, que la taurina ya hace tiempo que la venimos padeciendo). Media hora antes de comenzar la corrida aún quedaban billetes en taquilla (o bien se les había pasado poner el cartel de “No hay localidades para hoy”). Con todo, la reventa estaba muy “razonable”: pedían 50 euros por la primera fila de un buen tendido de sol (34 es su precio oficial).

Mantenía Machado (don Manuel), el taurino de la familia, que no pudo ser banderillero y sí buen poeta, que de la fiesta de los toros lo más hermoso eran las mujeres, lo más discutible el torero, y lo mejor, el toro. Ayer no se cumplió. Mujeres guapas, a docenas, con y sin traje de flamenca. Lo mejor no fueron los toros, porque los pupilos de Torrealta, tres bien presentados y otros tantos anovillados, mansearon más de la cuenta, y encima el quinto sacó peligro hasta el último estertor, cuando al intentar ser apuntillado mandó a la enfermería con una cornada de espejo al tercero de la cuadrilla del alicantino. Y los toreros, indiscutibles (Juli y Manzanares, claro). El madrileño cuajó un faenón rotundo y completo que hizo a Francisco Teja sacar los dos pañuelos a la vez. El hombre tendrá sus cositas, pero sin duda es con diferencia el mejor presidente que se sienta en el palco de la Maestranza.

Manzanares enseñó sus dos caras, como el Jano bifronte que remata la fuente de la casa de Pilatos: el torero exquisito de la dulzura, el temple, la gracia y el pellizco –tarde te hallé debió decirle por lo bajini a su primero-, y el tío hecho y derecho ante un marrajo como el serio quinto que buscaba el bulto. Toreó uno con aromas a yemas de San Leandro y se puso el uniforme legionario con el otro. ¡Bien torero, bien!

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