Castella_Sevilla16JMGastón Ramírez Cuevas.– Después de la apoteosis de toreo y bravura vivida el miércoles, todo volvió a su cauce, es decir, a la anodina realidad diaria de las corridas con “figuras” y toros para dichas vedettes. Castella saldó su desangelado paso por la feria del siguiente modo: cinco toros matados y ni una miserable salida al tercio.

Su primero fue un cornúpeta gordito que se dejó hacer fiestas, pero ahí estaba Sebastián, el autor del best-seller: “La estética en el toreo, esa desconocida.” Creo que pocos matadores torean de manera tan horripilante.

En el cuarto vimos la misma película del Castella zaragatero y birlongo ante un astado débil y soso pero que quería colaborar. En conclusión, el diestro francés está perdido en el insondable misterio de la ineptitud y entre los pliegues de sus kilométricos avíos.

Manzanares se levantó con un triunfo que no pasará a la historia, ni siquiera a los archivos de la memoria reciente. Su primero no tenía mayor fuerza y hasta llegó a rodar de manera lastimera por el albero, pero fue noble y comedido, con esa sumisión cansina que tanto cala en el ánimo de los villamelones. José Mari anduvo templado al derechazo y como mató de manera espectacular, la oreja fue pedida con fuerza y concedida por el palco.

El quinto de la tarde, un precioso toro melocotón, fue alegre, bravo y noble. Manzanares lo toreó despegadillo, hacia afuera y con cierto temple, pero algo ha perdido su tauromaquia. Hace unos años pegaba muletazos imperiales y ahora ni se ajusta ni remata atrás. Tal parece que los defectos de su toreo se han exacerbado y que las cualidades del mismo se van desmenuzando. Lo mejor de esa faena fue, en primer lugar, la interpretación del pasodoble “Lagartijilla” por parte de la banda de música, y en segundo término, la estocada fulminante de Manzanares. Entre el júbilo popular, otra oreja fue a parar al esportón del alicantino.

A José Garrido le tocó bailar con la más fea. El tercero de la función se apagó pronto y tenía peligro, pues tendía a quedarse a media embestida y tiraba el gañafón. Garrido anduvo muy bien al natural y abrochó el trasteo con ceñidas joselillinas (bernadinas según los peninsulares). Al entrar a matar, el toro ya no le dejó pasar y le cogió de muy fea manera. Afortunadamente, el de Núñez del Cuvillo no le caló y el muchacho de Olivenza se salvó de una cornada seria.

En el sexto, un animalito manso y débil, José Garrido porfió sin mayores resultados. Raras veces he visto a un toro con tantos defectos: distraído, con la cabeza por las nubes al final del pase, huidizo, etc. El joven coleta extremeño estuvo fatal con los aceros, particularmente con el estoque de cruceta, algo que es realmente desagradable.

Y salimos de la plaza más guapa del mundo hablando de toros, sí pero de los de ayer, de los de Victorino Martín; de un espada, Manuel Escribano, y del indulto de “Cobradiezmos”. Porque, como dijo el escritor andaluz Felipe Benítez Reyes: “Una superstición nos mueve a pensar que cada tarde de toros es irrepetible. Y, para mal o bien, lo es en efecto…” Y hay irrepetibilidades excelsas, como lo visto ayer, y otras que se agradecen, como lo presenciado hoy.

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