Álvaro Pastor Torres.- O de Guisando, que queda un poco más cerca de Salamanca que Suecia. Pero al menos los pétreos animales abulenses –ya citados por Cervantes en El Quijote- son un monumento artístico de mérito, no los toretes “bovinus mularis helmanticus” que ayer presentó el propietario de La Ventana (para abrirla y tirarse por) El Puerto (abajo), y que la autoridad coló por enésima vez. Ocho toros, si sumamos el segundo sobrero de Gavira, sin ápice de casta y con derroche de mansedumbre desde el mismo momento en que aparecían, sin ninguna gana, por la ancha puerta de toriles. Tan mal estaba la cosa que hasta se ovacionó la salida rápida del cuarto, un torillo girón, anovillado y “pezqueñín”, con cuatro años recién cumplidos.

Pero ya en el quinto, vista la sucesión de despropósitos, estalló la plaza. Unos cantaban “vámonos, vámonos”, al compás de las palmas, otros directamente se fueron, colapsando los pasillos de tanta gente como huía. En medio del esperpento surgió otra vez la voz de la grada preguntando dónde se habían comprado las reses ¿acaso en el Ikea? Los gritos, ora irónicos ora directos, fueron la tónica (con o sin ginebra) de la tarde; a Canorea, que no se deja ver mucho por el burladero de la empresa, lo vistieron de limpio, golfo fue lo más leve que le dijeron. Y cuando Daniel Luque quiso ofrendar al respetable el que cerraba plaza, le sugirieron que se lo brindara al ganadero; el presidente –que ayer lo tenía justo al lado, pues le fui infiel a mi grada 4- tuvo que taparse la boca para que no se le escapara una carcajada.

La tarde fue la madre de todos los despropósitos taurinos: una sucesión de mansos de manual; mala lidia, con numerosos momentos de auténtica capea; cuadrillas –salvo honrosas excepciones- de segunda B, inhibidas a veces; banderilleros que tomaban el olivo con el capote en las manos; descabellos a docenas; música indecisa, unas veces pecando por defecto y otras por exceso… Y encima dos sobreros, con lo que nos fuimos a tres horas de anti-espectáculo.

A El Cid se le ha ido la feria. El de Salteras no está, y además se le nota porque es un libro abierto y no sabe disimular; el sobrero El Ventorrillo le va a perseguir hasta en los sueños. Castella, que pechó con los dos remiendos, puso toda la carne en el asador en su mansísimo primero y bajó el listón de las ganas con el quinto. Menos mal que el joven Luque, todo pundonor, ilusión y cabeza despejada, arregló un poco la cosa gracias a un arrimón de infarto cuando la tarde, que se había hecho noche, tenía ya –como nosotros- media en todas las agujas.

Foto:  Álvaro Pastor

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