Juan Manuel Albendea.- Ayer se celebró el decimocuarto festejo del abono. Es decir han salido por los chiqueros ochenta y cuatro reses más los sobreros. Si ayer se hubiera acabado la feria y los diferentes jurados tuvieran que premiar al toro más bravo y a la mejor ganadería, ambos galardones, en todos los premios, quedarían por unanimidad desiertos. La situación de la cabaña brava es gravísima. Ni los antitaurinos ni la Generalitat de Cataluña ni nadie le hace más daño a la fiesta que el bochornoso espectáculo que estamos viendo día tras día. ¿Alguien se acuerda de algún encierro que podamos calificarlo, simplemente, de normal?

No tengo la varita mágica para resolver el problema. Nadie creo que la tenga, pero es evidente que los ganaderos, no sé si individual o colectivamente por las distintas asociaciones que tienen del sector, han de hacer una profunda reflexión para analizar los motivos de un descenso tan vertiginoso de las principales características que ha de tener el toro de lidia: bravura y pujanza.

Y a lo mejor la decisión que hay que tomar es mandar al matadero varias camadas y en muchas ganaderías, empezar de cero. Y si, como consecuencia de ese sacrificio, tenemos que estar varias temporadas sin toros, hasta que se regenere la cabaña, pues estaremos y no pasa nada. Si no se toman medidas a tiempo, la supresión de las corridas será paulatina, pero irreversible. ¿Quién va a aguantar otra vez el lamentable espectáculo de ayer? Ya vimos como antes de salir el sobrero lidiado en quinto lugar como se formaban colas en las escaleras de los tendidos para abandonar la plaza, lo que se intensificó antes de salir el sexto. Mucha paciencia y mucha afición hay que tener para aguantar entero el espectáculo de ayer. La Administración, en ese supuesto de liquidación de las camadas, debería prestar ayudas económicas, igual que lo hace con otras especies cuando hay problemas endogámicos, que ese es el problema de nuestro ganado de lidia.

Este largo exordio me evita relatar con detalle lo que ayer sucedió, porque de suceso hay que calificarlo, con el encierro del Puerto y Ventana de San Lorenzo. Pobre San Lorenzo, además de quemarlo en la parrilla le tiene que dar nombre a una mansada insoportable. Describir las huidas, las caídas, los volatines, las espantás, las negativas a salir del toril, sería tarea enojosa y no merece la pena. Pero ninguno de los titulares, ni el sobrero del mismo hierro, ni el sobrero de Gavira se salvan de la quema. No merece la pena enjuiciar la labor de los toreros, salvo mostrar la satisfacción porque con enemigos tan antitaurinos hayan salido indemnes. Bueno habrá que reflejar que Daniel Luque cortó una oreja. ¿Fue merecida? Puede que sí. El toro era tan malo que nada más que por la cantidad de vueltas que tuvo que dar alrededor de su enemigo, quizás mereció el premio.

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