Pobre espectáculo en la Maestranza en la corrida del jueves de farolillos. Mansos los de Alcurrucén y sin destellos Curro Díaz y Tejela. Sólo se justificó el joven Rubén Pinar, que dio una vuelta después de siete descabellos.

Seis toros de Alcurrucén, justos de presencia, mansos y descastados. Se dejaron primero y tercero.

Curro Díaz: saludos y palmas. Matías Tejela: silencio y silencio. Rubén Pinar, vuelta al ruedo y palmas tras aviso.

Plaza de la Maestranza, 15ª de abono. Tres cuartos de plaza. Saludó en banderillas José Manuel Montoliú en el primero.

Carlos Crivell.- Sevilla

La Feria parece finalizada, por mucho que el mano a mano de hoy sea un cartel atractivo. La corrida de ayer parecía confeccionada para que los aficionados de siempre dejaran sus entradas a los amigos y a los compromisos. El ambiente de la plaza era propio de la preferia. El sopor fue la nota dominante. La ausencia de la lluvia anunciada, el sol más bien otoñal, la ignorancia que destilaban los tendidos, todo tuvo su culminación en los seis de Alcurrucén y en la terna, de la que sólo se salvó el joven Pinar por su denuedo y esfuerzo.

Los toros de los hermanos Lozano fueron chicos y mansos, nada extraño a estas alturas. Abantos de salida, todos esperaban que como buenos "núñez" se calentaran para romper a embestir. No fue así. El encierro no rompió a bueno y el peso de la corrida cayó a plomo sobre la plaza.

La plaza era la Maestranza, algo que en la tarde de ayer no se podía certificar. A tono con el día, con los toros y los toreros del cartel, la plaza no era la Real Maestranza, era una plaza cualquiera de un pueblo perdido. Qué espanto de Maestranza. Permaneció callada en lugar de alzar su voz para pedir seriedad en los toreros; aplaudió aspectos de la lidia sin méritos añadidos, pero la culminación de su propio abandono, hastío o ignorancia, llegó cuando el chaval Rubén Pinar se permitió el lujo de darse una vuelta al ruedo después de siete descabellos.

En tiempos no muy lejanos, los tendidos 3 y 5 tenían un grupo de aficionados con mando en plaza. Parece que ya no están en sus localidades. Y si van, no tienen ya ni ganas de levantar su autorizada voz para frenar actitudes y gestos impropios de la Maestranza. Luego, sale un presidente exigiendo algo más de lo que estamos acostumbrados y hay clamor generalizado en su contra. Sevilla está dejada de la mano de Dios en asuntos taurinos.

La gente estaba dormida. No hubo ni un lance digno de tal nombre. Sólo un quite medio lucido. No hubo nada de nada.

Decíamos que los de Alcurrucén fueron mansos. Curro Díaz y Matías Tejela, con muchos años dando vueltas por la geografía taurina, no fueron capaces de ponerse en el sitio, de adelantar la muleta o de bajar la mano para llevar a los toros sometidos.

Curro Díaz, el elegante torero de Linares, siguió con su empaque y prestancia de siempre, pero con un aire de conformismo inadmisible en su situación. Lo mejor, dos estocadas, no perfectas, pero con la mayor entrega.

Lo de Matías Tejela fue más lamentable. Se dedicó toda la tarde a desplazar las embestidas con toques violentos para pasar a los mansitos a más de un metro de su anatomía. Como si tuviera la temporada hecha, se tiró toda la corrida detrás de la mata. Sus toros eran sosos, mansos y descastados, cierto, pero tenía que haber mostrado otra actitud. Y pensar que hay tanto buen torero parado en su casa. Amparado en apoderados que son empresarios, ahí sigue Tejela en los carteles de algunas ferias.

Rubén Pinar fue el único que demostró ganas de triunfo. El tercero en sus manos repitió arrancadas porque se la dejó colocada con buena técnica para poder ligar los pases, no muy brillantes, pero que se salvaban por su afán encomiable. Listo y ventajista, podía haber cortado una oreja, pero tras un espadazo defectuoso se entretuvo con el descabello. Siete veces, siete, golpeó al toro. No le dio vergüenza darse la vuelta. Es muy joven, se le puede disculpar, pero su entorno y la plaza deberían haberle dicho que una vuelta en la Maestranza es un premio importante. En el sexto se hartó de dar pases tan vulgares como el toro. Así fue pasando el día en el que la Maestranza era irreconocible.

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