Gastón Ramírez.- Mucho se había hablado del esperado duelo entre Miguel Ángel Perera y Daniel Luque antes de que diera inicio la temporada sevillana: que si este par de toreros eran los nuevos mesías de la Fiesta, que si iban a comer el mundo de un bocado, etc. Pero la verdad tiene una sutil manera de hacerse evidente. Así, después de las dos insípidas primeras actuaciones de estos pobres muchachos, ayer el aficionado avezado no esperaba mucho, de hecho, había perdido la esperanza en este par de ídolos de pies de barro.

Por ahí estos toreros -da igual cuál de los dos- han puesto de manifiesto su gusto por el dinero, su soberbia, su mala leche y han hasta contado el número de reses que les faltaba lidiar para convertirse en máximas figuras: ¡Olé los toreros güenos y modestos!

Bueno, los coletas no tienen la obligación de ser personas educadas ni agradecidas, esas son más bien las virtudes del público taurino de Sevilla. Donde hablan los toreros es en el ruedo y deben hablar con verdad, hambre, oficio y entusiasmo. De esas virtudes taurómacas no vimos ni un miligramo en toda la tediosa tarde del tan cacareado mano a mano con los toros de Fuente Ymbro.

Hubo pasajes interesantes, claro que sí. Un quite de Perera por gaoneras, un escuálido ramillete de verónicas de Luque, y dos lances a una mano y par de brionesas que con la chaqueta pegó el cabestrero para devolver al quinto de la tarde a los chiqueros.

Para el que no haya presenciado la corrida el breve resumen anterior puede parecer exagerado y mal intencionado, pero no, es la pura verdad. Ambos jóvenes hicieron un toreo basto, ramplón, zaragatero. Se les notó un cierto desasosiego sólo comparable al que puede sentir un canario en una exhibición de gatos

Estos dos mozalbetes demostraron fehacientemente que su toreo tiene la profundidad de un charco, y que ellos poseen la sapiencia de un infante de seis meses y la chispa de un molusco aburrido. Me pregunto de qué sortilegio habremos sido víctimas cuando no hace mucho les vimos torear bien, cuando nos emocionamos con sus faenas.

Dice don Andrés Luque Gago que para ser torero hay que tener respeto e ilusión. Lo cual es una verdad grande como una catedral, y a estos dos niños les hacen falta muchos quintales de cada una de esas virtudes.

Como usted sabe, en los mano a mano es menester que haya un sobresaliente, por si alguno de los diestros cae herido en el fragor de la batalla, y que es costumbre que los titulares le den un quite a dicho torero. Fernández Pineda fue el sobresaliente en el nefario duelo en la cumbre (si se me permite el sarcasmo) y ninguno de los figurines fue para acordarse de él y ofrecerle la oportunidad de pegar tres o cuatro lances. ¿Por qué? Pues una de dos: o carecen de la más mínima educación o temieron que Fernández Pineda les arreglara su triste asunto.

Se me olvidaba, el encierro de Fuente Ymbro fue manso, noblón, se dejó hacer fiestas. Hubo hasta un toro emocionante y repetidor, el quinto. Esos pobres bichos deben haber sido torvos criminales en su pasada reencarnación y ayer las pagaron todas juntas enfrentándose a dos albañiles del toreo, dicho sea con todo mi respeto para los alarifes.