Älvaro Pastor Torres.– Hay un espesor liviano, tolerable y hasta disculpable según las circunstancias. Pero en cambio hay otro insoportable, tedioso y montaraz, como los cubatas de garrafón que ponen en un tugurio de moda no lejos de la plaza de toros. En el del segundo tipo hay que encuadrar la corrida de ayer, un mano a mano que ya llegó descafeinado por lo visto a sus actuantes en tardes precedentes, pero como la esperanza es lo último que se pierde -ilusos de nosotros- hasta fuimos confiados en ver un buen espectáculo con rivalidad, emoción, variedad y entrega. Lástima que nos encontramos a cambio con sopor, desgana, enganchones, una piara de inválidos y un presidente que aunque sacó una vez el pañuelo verde no miró por los intereses de los espectadores y mantuvo a otros dos tullidos en el ruedo, el último con el beneplácito de su matador-enfermero, Daniel Luque, que lo mimó, le subió la carita con el capote y acabó enfadándose con él a base de feos gestos y ademanes de darle con la ayuda en el lomo, como si el animalito no tuviera ya suficiente ruina encima.

Aunque era el día de las letras, los apuntes en la moleskine nos salieron más de números (rojos, por supuesto): 0 orejas; 1 lance que dio Fernández Pineda, el sobresaliente; 2 reses en el límite mínimo de la presentación; 3 toros desaprovechados por los espadas (Perera 2 – Luque 1) y otras tantas ovaciones en el arrastre para molestar a los matadores; 4 astados inválidos; 5 silencios; 6 portugueses muy entendidos por la grada; 7 cornúpetas despachados (seis en la arena y uno en corrales, donde le costó volver) y 10.997 espectadores defraudados (siempre hay uno que yo me sé dispuesto a taparlo todo, más los dos matadores que buscarán las justificaciones más peregrinas), y eso que el público que va el viernes de feria a la plaza suele ser sumamente generoso y condescendiente.

Porque una cosa es torear y otra muy distinta dar pases por acá y por allá con unos engaños extremadamente grandes, sobre todo Luque. Y si encima falta la improvisación, y todo es previsible y se telegrafía de antemano (ahora toca quite por chicuelinas, ahora por delantales –porque no sé hacer nada más-, ahora me voy a la boca de riego y le doy el pase cambiado por la espalda y ahora otra tanda de naturales), pues parece un déjà vu que no es malo del todo cuando ves por segunda vez la misma película pero que es letal si de la lidia se trata.

La temporada se le pone muy cuesta arriba a los dos matadores tras una apuesta fuerte de Cepeda después de un año de ayuno sevillano, y un órdago temerario de Marca-Ojeda que ha puesto al de Gerena a los pies de los caballos, y ni el apocamiento y la inhibición de uno, ni la soberbia y autosuficiencia del otro va a ayudarles a superar la situación.
Mejor darse una alegría: ¡taxi! A la feria, por favor.

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