Juan Manuel Albendea.- Ayer, por fin, hubo una corrida de toros. No digo que fuera una gran corrida de toros. Fue un encierro con sus luces y sus sombras. Los toros, generalmente, embestían. Unos con prontitud, otros tardos. Unos con nobleza, aunque ninguno fue pastueño. Otros con malas ideas. En el caballo, en general, dieron buen juego y si no lo dieron mejor es porque muchas veces, antes de que le roce la vara ya están gritando: ¡vale, vale! Algunos perdieron las manos, pero no escandalosamente. Me parece que se precipitó el presidente devolviendo al corral el sexto. La presentación en general fue aceptable.

Sin duda alguna, con toros de lidia después de tanto petardo como hemos aguantado tantos días seguidos, el aficionado ha disfrutado, aunque el resultado de los trofeos haya sido pírrico, pues solo ha habido una oreja para Matías Tejela. Para el aficionado el tema de las orejas es algo secundario, pues puede haber mil factores secundarios que hayan impedido su otorgamiento.

Para el recuerdo tenemos muchas cosas. Por ejemplo, la espectacularidad del tercio de banderillas de Antonio Ferrera. Siempre se ha dicho que los buenos banderilleros deben asomarse al balcón. Ferrera no es que se asome, es que se tira por el balcón. ¿Es ortodoxa su forma de banderillear? No lo es con arreglo a los cánones, pero puede que los cánones estén un tanto periclitados. El dominio de los terrenos, el cálculo de las distancias, las facultades físicas que hay que tener para parear así, no tiene parangón con ningún otro caso. Ayer, en el tendido lo comparaban con El Fandi. Me parece que la mayoría se inclinaba por el ibicenco-extremeño antes que por el granadino.

Brilló sin duda la labor de Matías Tejela. Fue, sin duda, el que más brilló. Empezó muy bien toreando en su primero con el capote, ora de salida a la verónica, ora galleando por chicuelitas para poner al toro en suerte. Se preocupó de hacer un quite durante el tercio de varas, algo hoy en desuso. Le replicó con tres lances y media Ferrera. Su primero fue tardo, pero cuando se decidía a embestir, lo hacía con gran codicia. Sin embargo, una vez que lo había toreado con gran temple y remate con ambas manos, el toro se rajó y allí se acabó todo. El sexto no se rajó, pero era muy encastado y se había dejado la nobleza en la dehesa. Tuvo mucho mérito meterlo en varias ocasiones en la banasta. En un par de ocasiones parecía que el toro iba a por él. Con gran habilidad consiguió eludirlo. Aunque Ferrera estuvo por encima de sus enemigos. El primero, tras unos muletazos de calidad, se agotó enseguida y no quería más. El cuarto tenía casta pero también dificultades, a las que se unió el viento lo que impidió el lucimiento. Salvador Vega no tuvo su tarde. Su primero se rajó y en el quinto no acabó de centrarse con él.