Álvaro Pastor Torres.-  Mantenía el otro día Antonio Gala en la entrega de unos premios taurinos que si por algo hay que defender la fiesta de los toros es por lo que tiene de rito. Pero parece que no todos piensan lo mismo. Sin ir más lejos ayer, mientras Manuel Díaz le espantaba las moscas con la franela a su primero, mandaron callar en la grada a una abuela con voz de pito, ágrafa en materia taurina, y que no hacía más que pedir música al niño de Tejera y otras tonterías por el estilo. Muy indignada respondió con esa voz desagradable que la naturaleza –o el pirraque- la dotó: “¡coño, ni que esto fuera una misa!”

Pues sí, señora, los toros son una misa, por lo civil. Con su rito, su liturgia propia –y en algunos casos particular según los lugares-, oficiantes, músicos y fieles. Se puede decir en capillas pueblerinas, parroquias provinciales, catedrales metropolitanas o basílicas pontificias con arcos de medio punto, mantillas y albero de Alcalá de los panaderos. Aunque lo de ayer, por cartel y por el respetable presente, más parecía una eucaristía posconciliar con guitarritas y cantos de charanga y pandereta que una misa de siempre con todos sus avíos. Eso sí, en la iglesia no cabía un alfiler, y la sacristía de la calle Iris se colapsó para ver entrar a los toreros mediáticos, tanto que los hombres de Harrelson con su mono azul, cara de pocos amigos y vergajo de los largos, los tuvieron que subir en volandas para evitar el magreo de jovencitas y cincuentonas calenturientas.

Manuel Díaz, natural de Arganda del Rey, archidiócesis de Madrid, aunque incardinado por el alias en la sede cordobesa, tuvo dos toros para haberle sacado más partido; su primero, feo, largo, avacado, inválido y noblote metía la cabeza, pero el misal del madrileño no debía ser muy canónico –o a lo mejor él no lo leía bien-, y en vez de estirarse con los pies quietos se dedicó a llamarle cabrón al pobre animal y a darle con la ayuda en el hocico ante el solaz de la solanera. ¿Es pecado venial o mortal el dejar pasar tantos toros potables en Sevilla? Se lo preguntaré a Rafael, el páter de la grada. El cuarto se aburrió de tanto mantazo y busco las tablas.

Rivera Ordóñez llegó muy bien vestido, estuvo por allí, puso muy decentemente banderillas al quinto –un sobrero de Toros de la Plata que no tuvo un pase y se echó durante la faena- y lo intentó con el lote menos colaborador.

El Fandi, metropolitano de Granada, sólo aprendió en el seminario el introito y la predicación rehiletera, que le sale muy vistosa pero poco canónica, ya que suele banderillear a toro pasado, a veces casi a la altura del costillar, pero adorna tanto la plática que se mete a los fieles en el bolsillo. En cambio se pierde totalmente en la consagración de la faena y sus misas terminan con el inicio del credo, cuando lo bueno de toda misa taurina por lo civil –incluido el momento culminante del toreo con la zurda cuando hasta suenan las campanillas- debe venir siempre después y rematarse con una estocada en lo alto.
Ite missa est.

A %d blogueros les gusta esto: