Álvaro Pastor Torres.- Sucedió en el toro que rompió plaza, cuando aún el lorenzo abrileño picaba fuerte a una solanera que se defendía con sombreros de palma, viseras y abanicos. Durante el tercio de varas salió muy decidido hacia el toro Juan José Padilla, para hacerle el quite que reglamentariamente le correspondía, pero de pronto se dio media vuelta y cambió de planes. No sabemos qué duende o voz del más allá le avisó para que desistiera, lo mismo fue Lauren Postigo que en el otro mundo ha cambiado el referéndum de autonomía de Andalucía por los asuntos taurinos: “¡jerezano, este no es tu toro!”. O bien el melenudo matador (ayer mejor vestido que en años precedentes) se acordó de George Clooney en el anuncio de la máquina de café y pensó que se le podía caer el toro encima como si fuera un piano. Y esa fue la tónica del festejo, una corrida que apuntó muchas cositas pero que ninguna cuajó, lo que como el coitus interruptus debe joder tela.

Los tres primeros miuras aprendieron pronto dónde estaban los que manejaban los engaños, y empezaron con esos estiramientos de cuello que tan peligrosos hacen a estos toros. Habrá que preguntar por el plan de estudios que está vigente en Zahariche, posiblemente el del antiguo bachillerato y reválida, por lo listos que salen y lo pronto que se orientan.

A partir del cuarto empezaron las interrupciones. El Fundi tardó una eternidad en ver que el sardo astigordo que le había tocado en suerte tenía de Miura sólo el hierro, mas no las intenciones, pues iba y venía con claridad a pesar de las muchas precauciones del torero de Fuenlabrada. Y por los dos pitones, sobre todo el izquierdo, aunque el matador prefirió el diestro. Sonó la música –creo recordar que Manolote, que no es muy adecuado para tardes en la que se lidian estos toros- y el largo trasteo se vino arriba. Lástima que con la espada empañara el asunto que se preveía orejeado.

El encierro miureño, bastante flojito de remos, no se lidió completo, algo ya tradicional. La “maldición del quinto” volvió a cumplirse un año más y en su lugar salió un duro sobrero del conde de la Maza al que le pegaron en tres varas –dos y una de estrambote cambiado el tercio- más que a muchas corridas enteras. Sainete de lidia y rehiletes por parte de la cuadrilla y petardo interrupto de Padilla, pues no lo había querido ni ver desde que salió -¿más voces de ultratumba?- y se fue encariñando de él poco a poco.

El murciano Rafaelillo –chico de cuerpo pero grande de corazón- practicó el interruptus taurino más de la cuenta, aún así firmó lo más destacado de la tarde. Valiente con el tercero, que no le echó mano de milagro en varias ocasiones, y lucido en el trasteo al último, que también metió la cabeza. La espada le privó de una oreja ganada a ley, y el descabello por poco si no le hace escuchar el tercer aviso que sí sonó para un serial continuado que ha resultado surtido, como los lotes de turrón que vendían en la calle Adriano.

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