Finalizó la Feria de Abril con un encierro de Miura con toros difíciles, dos mejores y un sobrero manso del Conde de la Maza. Destacó Rafaelillo por valiente, pero Padilla y El Fundi cumplieron con sovencia, aunque al madrileño se le fue el cuarto, el toro mejor de la corrida

Plaza de toros de la Maestranza. Domingo, 25 de abril de 2010. Corrida de la tarde. Casi lleno. Cinco toros de Miura, y uno, el quinto, del Conde de la Maza. Los titulares, correctos de presencia y juego variado. Broncos los tres primeros; bueno, el cuarto y manejable, el sexto. El del Conde de la Maza, reservón.
El Fundi, de verde y oro. Estocada baja (silencio). Dos pinchazos y estocada (saludos tras aviso).
Juan José Padilla, de azul marino y oro. Estocada corta (saludos). Estocada tendida (silencio).
Rafaelillo, de grana y oro. Dos pinchazos, media y descabello (saludos). Pinchazo, estocada tendida y cuatro descabellos (saludos tras dos avisos
).

Carlos Crivell.-  Sevilla
La clásica corrida de Miura que cierra la Feria fue una perfecta muestra de los toros de Zahariche. En el tipo de la casa, sin un gramo de grasa, altos y vareados, la corrida tuvo de todo. El comienzo fue de alarma general. Los toros, que no tenían muchas fuerzas, echaban la cara arriba y recortaban los viajes. Eras los «miuras» con guasa de siempre, cuya lidia sólo está al alcance de toreros muy preparados.

Pero entre tantas coles salió la lechuga, que fue el sardo cuarto, toro de embestida pastueña y larga, un toro para torear a gusto. El quinto no aguantó en la plaza y se fue a los corrales. El del Conde de la Maza era más amplio que los de Miura y se dejó a medias. El sexto, en fin, fue un toro muy en el tipo de la casa, que dejó arrancadas potables pero que lo aprendió todo muy pronto.

Los lidiadores se llevaron el respeto de la Maestranza, aunque a la postre los logros alcanzados pudieron ser mayores. El Fundi pasaportó con apuros al primero, complicado para cualquier matador de nuestros días, más si lo que se intenta es darle los clásicos pases con la derecha y la izquierda.
En el buen toro cuarto, El Fundi estuvo bien, pero tardó en centrarse con un toro que pedía sitio y distancia sin esperar ni un segundo. La faena, con altibajos, fue de tono intermitente. El torero madrileño no está en la plenitud de hace varios años, porque entonces ese toro no se hubiera ido al desolladero con la orejas. Algunos muletazos con la diestra tuvieron más hondura y largura. El toro era de pitón izquierdo y por ahí no lo exprimió. Tampoco es el matador de antaño con la espada. Con el respeto debido a una carrera y a un señor torero, el toro de Miura se llevó la ovación en el arrastre, mientras José Pedro sólo saludaba en el tercio.

Juan José Padilla hizo el paseíllo con el capote liado y una montera normal. Estuvo hecho un jabato toda la tarde. Sólo mató uno de Miura, el segundo, al que lanceó de forma clásica con verónicas de buen gusto. Se lució con las banderillas en tres pares vistosos y le echó valor al toro en una faena con habilidad en la que provocó al animal a la voz y con las zapatillas. No había otra forma de instrumentar los pases, aunque todo duró muy poco. El de Zahariche le puso los pitones en el pecho para dejar claro que todo había finalizado.

No le gustó el sobrero del Conde de la Maza. Al menos no lo trató con la delicadeza precisa para que llegara franco a la muleta. No le puso banderillas y parecía resignado, pero el animal le regaló algunas arrancadas por la izquierda que Padilla aprovechó a medias. Tal vez pensó que también estaba errado con la A con asas.
Esa faena al quinto resultó insuficiente según lo que el astado pregonó al final. No era un toro de carril, pero tenía otra faena.

Lo del diestro Rafael Rubio «Rafaelillo» es muy meritorio. Su escasa talla es un problema añadido a las dificultades de las corridas en las que suele anunciarse. Su paso por Sevilla en esta de Miura ha sido de una dignidad tremenda.  A sus dos astados los recibió en tercio con largas afaroladas. Los lances del saludo al tercero tuvieron sabor y enjundia. El animal empujó en varas de forma mentirosa, porque todo era genio.

 Se la puso por la izquierda de entrada y el toro le puso los pitones en el pecho. Fue el saludo del animal a un torero pequeño pero con una raza enorme. Allí se quedó, a merced de los cabezazos del Miura, que sólo querían cazar la presa. En uno con la derecha, el toro le lanzó un hachazo a la axila de la que se libró de milagro de un serio percance. La cara del torero era la expresión del sufrimiento. Para colmo, el toro miureño se puso a la defensiva y Rafaelillo pasó un quinario para matarlo.

Al menos, el sexto fue un toro de Miura del que se puede contar que fue manejable, lo que no quiere decir que fuera un compendio de virtudes. El bueno había sido el toro sardo lidiado como cuarto.   Rafaelillo se fajó con un torero de cuerpo entero para lograr pases de emoción incontenida. Se la dejó siempre colocada en la cara y así fue consiguiendo que el viaje del animal se prolongara, para quedarse en el sitio a la hora de ligar los de pecho. No cabe más gallardía ni más arrestos.
Hasta la banda se despidió de la Feria con el último pasodoble. La gente estaba por la labor, pero el murciano no anduvo atinado con la espada. El toro se puso en Miura de toda la vida y se amorcilló después de la estocada tendida, se entableró y llegaron dos avisos como pudieron llegar los tres. Hubiera sido injusto que después de jugarse la vida, el toro se fuera vivo a los corrales. Rafaelillo recibió el homenaje debido a su valor.

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