Foto: Tormedia

Carlos Crivell.- Todas las emociones que se puedan imaginar se vivieron en la plaza de toros de Sevilla antes del comienzo de la corrida. Más setecientos días con la plaza cerrada, eran motivo suficiente para desatar el carro de los sentimientos ante un paseíllo multicolor, la interpretación del himno nacional a mitad del mismo y el posterior minuto de silencio, interrumpido por gritos variados. Sevilla vivió este sábado de Resurrección con la misma ceremonia de siempre, como si la Semana Santa hubiera finalizado horas antes, con un fervor popular que estaba ansioso por ver a toros y toreros.

La corrida naufragó por el lado de los toros, todos ellos con los cinco años cumplidos, excepto el quinto, pero carentes de casta y fuerzas. Se salvó por lo alto el segundo, toro de hechuras armónicas, pitones recogidos y morrillo preñado, que embistió con fijeza y recorrido. Salvó ese toro el honor de la divisa, que con los restantes se había venido muy abajo. Entre los que desarrollaron mansedumbre, el cuarto y el quinto, los sosos como el tercero, el geniudo sexto o el insípido primero, el lote de Victoriano no llegó al listón del aprobado.

La tarde fue de Roca Rey, afortunado con el lote de mejor juego, sobre todo el magnífico segundo. A ese toro le realizó una faena de mano baja y temple, donde lo que desentonó fue el excesivo encorvamiento del cuerpo del torero. Muy espatarrado, llevó al animal muy toreado en tandas por ambos pitones y acabó con ayudados y doblones muy toreros. El de Victoriano llevaba las dos orejas colgando y tras un pinchazo todo quedó en un solitario trofeo.

Salió espoleado en el quinto, al que lanceó con apreturas de salida. Se vivió con emoción el tercio de quites, todo provocado por unas chicuelinas de Pablo Aguado, rematadas con una larga a ritmo de adagio clásico. Respondió con galanura Roca Rey con gaoneras de limpieza sublime. El toro era mansito, la lidia no fue fácil, pero Juan José Domínguez, que dio una sensacional tarde de toros, le enseñó los caminos. Pudo más la mansedumbre del astado, cerrado en tablas, y aunque el torero de Lima se puso de rodillas para dejar cinco derechazos limpios, la faena fue entorpecida por la rajada casi permanente del bovino. Así las cosas, a Roca Rey no le quedó otro camino que el arrimón antes de matarlo. Se pidió la oreja, pero el palco acertó a dejar las cosas sin premio. La vuelta tuvo clamor, como deben ser las vueltas.

Morante se quedó sin posibilidades con el inútil primero, que no tenía nada, ni hechuras ni clase. Se reservó para el cuarto, toro con poca chispa y solo alguna bondad como detalle positivo. Lo sacó al centro de la plaza y allí fue desgranando una faena diferente, alejada de los derechazos y los naturales, presidida por la genialidad de una sinfonía de improvisaciones a tenor de las condiciones del animal en cada momento. Con decisión y la cabeza despejada, allí quedaron los molinetes, los trincherazos, los desplantes y, por supuesto, algunos pases con la derecha y la izquierda. La espada se llevó el premio. El vestido de torear que lució, un carmelita y oro, merecía un estreno a lo grande, aunque a estas alturas ya a Morante le sobra con esa demostración de entrega ilusionada y arte a raudales.

Pablo Aguado se lesionó en la lidia del primero y salió mermado, posiblemente infiltrado, a matar el tercero, un toro que fue un modelo de sosería. Aguado lo trató con suavidad y distancia. No anduvo, ni era necesario, mucho tempo allí. El sexto fue un toro informal, con una pizca de genio, a veces noble y otras rebrincado. No fue un toro a propósito del estilo de un Pablo Aguado que no anduvo ni con suerte ni con listeza. Para colmo se reprodujo la lesión, casi no pudo acabar con el toro, pero lo cazó al tercer descabello. Quedó la sensación que tiene una lesión en la rodilla y ello es motivo de preocupación ante las próximas fechas en esta feria septembrina.

Roca se fue en triunfo, se habló de la genialidad y disposición de Morante y la preocupación por el estado de Aguado. Y aunque solo hubo una oreja, fue una tarde de toros con todos los ingredientes habituales de siempre. Triunfo, arte y contrariedad con una corrida de un solo toro.

Plaza de toros de Sevilla. Sábado, 18 de septiembre de 2021. 1ª de San Miguel. No hay billetes (60 % del aforo). Cinco toros de Victoriano del Río y uno, sexto, de Toros de Cortés, en general bien presentados, excepto el más terciado sexto. Todos, cinqueños excepto el quinto. De poco juego por falta de raza y fuerzas, el mejor fue el excelente segundo, ovacionado.

Morante de la Puebla, de carmelita y oro con remates rojos. En el primero, dos pinchazos y estocada corta (Silencio). En el cuarto, dos pinchazos, estocada y descabello (Ovación y saludos tras aviso).

Roca Rey, de espuma de mar y oro. En el segundo, pinchazo y estocada contraria (una oreja). En el quinto, media estocada y un descabello (vuelta al ruedo).

Pablo Aguado, de negro y plata. En el tercero, pinchazo, estocada atravesada y descabello (Silencio). En el sexto, dos pinchazos y tres descabellos (Aplausos tras aviso).

Saludaron en banderillas Juan José Domínguez, Juan Carlos Tirado, Iván García y Viruta. Domínguez saludó tras la lidia del quinto. Se interpretó el himno nacional en mitad del paseíllo y se guardó un minuto de silencio al final del mismo. Roca Rey fue atendido de un corte en la pierna izquierda. Aguado fue atendido de una lesión en la rodilla derecha, que se le reprodujo en la lidia del sexto. 

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