Carlos Crivell.- La lluvia se hizo presente en la Maestranza en la novillada que abrió la Feria taurina. La expectación por ver a nuevos valores era evidente. Hacen faltan toreros nuevos, que salgan a la plaza como fueron siempre los novilleros, es decir, cargados de virtudes y defectos.

Y en esta novillada hubo uno que fue novillero de los pies a la cabeza: Manuel Escribano. Se fue a la puerta de chiqueros en el segundo y el quinto. Esa puerta sevillana no es fácil para recibir a los astados de rodillas. Se comprobó cuando el primero de su lote le pasó por encina y lo despojó de las zapatillas y la montera. Y como han hecho siempre los que tienen hambre de gloria, se fue también en el quinto.

Intervino siempre en quites, unas veces con limpieza, otras con demasiado embarullamiento. Es un torero del tiempo y hace lo mismo que las figuras, las tafalleras infames, las gaoneras, las caleserinas y lo que se tercie en cada momento.
También pone banderillas. Mejor en el quinto, con un par de poder a poder muy vibrante y otro al quiebro, clavando al violín, muy emotivo. Es el concepto que se pone de moda de toreo integral, que supone que los espadas están en permanente actividad.

Pero Escribano tiene una virtud fundamental. Torea con la mano baja y tiene talento en la cara de los novillos. El segundo era muy remiso a embestir y construyó una faena citando muy en corto, bajando la mano y templando las arrancadas. Sacó un partido insospechado de una embestida sin horizonte.

El quinto fue el novillo de más recorrido. La faena fue de nuevo un compendio de técnica, temple y valor. Aguantó algunos parones y remató las tandas con pases de pecho muy largos, con la embestida del novillo de Torrealta prendida en su muleta.
Pero como es natural tiene defectos, porque nadie entiende que después de su entrega y capacidad, se meta en los berenjenales de unas manoletinas sin emoción. Es mejor no imitar a otros toreros.

Escribano fue novillero de principio a fin. Desde las portagayolas hasta sus dos fracasos con la espada, mucho más doroloroso con el quinto, al que le tenía las orejas cortadas y que se esfumaron por la precipitación y el nerviosismo. Tiene la base y puede ser un torero importante.

La novillada de Torrealta tuvo poco que envidiarle a la corrida del Domingo de Resurrección. La casta está por los suelos, por eso la prefieren las figuras. Corpas, muy puesto, dejó buenos pases en el primero, aunque la faena fue a menos. El flojo cuarto tampoco le permitió más que mostrar su buen corte.

Juan José Domínguez está muy verde. Se enfrentó uno flojísimo y otro sosísimo. Torea con facilidad, a veces acusa falta de reposo, pero dice muy poco. Le falta ángel. La espada no es su fuerte. El segundo se le pudo ir vivo a los corrales. Es el sino de los que empiezan sin padrinos ni padres que han sido toreros.

Seis novillos de Torrealta.

1.- Roquero, nº 8, castaño, 463 kilos. Silencio.
2.- Bulerías, nº 55, colorao, 442 kilos. Silencio.
3.- Cucarrón, nº 6, negro mulato, 410 kilos. Palmas.
4.- Soldadito, nº 93, castaño, 465 kilos. Pitos.
5.- Intranquilo, nº 98, negro, 437 kilos. Palmas.
6.- Pastelero, nº 95, castaño, 440 kilos. Silencio.

TOREROS:

Francisco Javier Corpas (celeste y oro): saludos tras aviso y silencio.
Manuel Escribano (azul marino y oro): vuelta y saludos.
Juan José Domínguez (blanco y oro): silencio tras dos avisos y silencio.