Álvaro Pastor Torres.- Nos han quitado el nombre para recuperar uno con regusto del ayer: Sol Alto. Nos han cambiado de numeral para coincidir con el selecto tendido que tenemos debajo. Nos han subido (razonablemente) el precio de la localidad a cambio de un espacio vital más humano en el que no tienes que soportar las rodillas del que se sienta detrás, los codos de los que te flanquean y encima hacer de sofá para el que está justo delante. Nos han barajado de localidad en función de la beligerancia o sumisión que cada uno ha demostrado en taquilla al renovar su abono o de los enchufes que se ha buscado cada hijo de vecino. Pero seguimos siendo la Grada 4 de siempre: entendida, variopinta, combativa, apasionada y nunca dispuesta a callar cuando nos dan el utrero adelantado sin remate (no fue el caso de ayer ya que la novillada de Espartaco salió muy bien presentada salvo uno que bajó del resto); el animalito tullido; la coba por lo fino o una ración de picos que no sean de Alcalá de los panaderos.
Muchos de los aficionados de la Grada 4 tienen ya casi más sexenios en esto de ver toros en la Maestranza que un maestro a punto de jubilarse. Y han visto de todo, entre otras cosas muchos novilleros que fueron flor de una tarde o incluso de una tanda de naturales, que aún se recuerda, pero que acabaron engullidos en la mediocridad y el olvido.

Aquí se sabe hasta latín, que para eso tenemos un ‘páter’, pero los toros, aunque nos pese a los de Letras son ante todo matemáticas. Y a estos novilleros de la ESO no se les dan bien, al menos las taurinas. Por lo visto en el cuidado albero ni siquiera van a tener que contratar un administrador para que les maneje las cuentas, ya que el cuatro utrero, Zoletillo de nombre, tenía medio cortijo en cada pitón y Casares, que dicho sea de paso lleva una cuadrilla de división de honor, ni lo olió, perdiéndose el trasteo en un toreo accesorio y olvidando el fundamental donde demostró estar sobrado de pico.

Y seguimos con las matemáticas: una faena debe ir de menos a más, pero Escribano hizo justamente lo contrario en su primero, empezó con empaque y caló pronto en el respetable –y luego dicen que aquí se mira el carné de identidad– para ir cayendo en picado. Lo contrario que el camero Esaú –de la tierra del faraón y con nombre bíblico– cuyo trasteo al castaño utrero que hizo tercero pasó de la nada insulsa a un cierto brillo cuando toreó por circulares y enganchó la embestida de un animal que se dejaba hacer.

Y la banda de Tejera ha sumado hoy enteros, tocando cuando había que hacerlo y callando en el momento que la cuesta abajo no tenía ya remedio. Eso se llama elevar el listón. Esperemos que a las figuras las mida con el mismo rasero.

Fotografía: Álvaro Pastor

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