La novillada de la Feria fue triunfal para el ganadero Espartaco, agradable para Cristian Escribano, agridulce para Esaú Fernández y desagradable para Casares, que se dejó ir el buen cuarto.

Seis novillos de Espartaco, bien presentados, y de buen juego. Destacaron el segundo, tercero y cuarto, éste excelente.

Luis Miguel Casares, de avellana y oro, silencio y silencio.
Cristian Escribano, de verde y oro, vuelta al ruedo y silencio tras dos avisos.
Esaú Fernández, de tabaco y oro, silencio y ovación con saludos.

Sevilla, 2ª del abono. Más de media plaza. Se desmonteraron los banderilleros Antoñares tras parear al 2º, Curro Robles y Perico tras parear al 4º y Jesús Alonso y Marcos Ortiz en el 5º. Escribano y Esaú Fernández debutaron con picadores en Sevilla.

Carlos Crivell.- Sevilla

Le dijo Belmonte a un novillero la famosa frase de «pídele a Dios que no te salga un novillo bravo». El Pasmo de Triana sabía que un novillo embistiendo podía ser la ruina de quien está en sus comienzos. En la novillada de apertura del ciclo sevillano se hizo presente el genial torero sevillano cuando el cuarto, un novillo bravo y con una embestida codiciosa, le causaba una verdadera ruina a su matador, el joven Luis Miguel Casares.

Hace escasas fechas, Espartaco lanzaba una hermosa proclama para que nadie se olvidara de los miedos de un aspirante a la gloria, que en menos de quince minutos se juega su futuro, después de haber sacrificado su infancia y su juventud en busca del triunfo soñado. El propio Juan Antonio, ahora en su condición de ganadero, ha puesto en evidencia a un novillero, incapaz de cuajar a un animal de lujo, llamado Zoletillo, que tenía en sus pitones algo más que un triunfo: el pasaporte al estrellato torero.

La novillada fue, por encima de otros detalles, el triunfo del ganadero, que soltó un encierro muy bien presentado y de buen juego. Además del citado cuarto, los que salieron como segundo y tercero tenían clase. Sólo se salvó el madrileño Escribano, de nombre Cristian, que puso en evidencia su oficio y buenas maneras.
El aficionado volvió a contemplar la rutina de la Fiesta. Ninguno de los tres noveles hizo quites de lucimientos en sus turnos, aunque no dejaron de hacerlo en las reses de sus compañeros. Se inhibían en los novillos que debían lidiar, pero salían a quitar en los de los demás. Otra cosa es cómo fueron los quites. Ahí la rutina es madre del toreo actual. Ese lance horrible llamado tafallera se ha puesto de moda, como las gaoneras, por no hablar de las manidas chicuelinas; de todo menos la verónica. Se imita a toreros famosos por sus aportaciones más o menos interesantes; nadie imita a los que practican el toreo de cante grande.

Por no hablar de las pedresinas, el muletazo de comienzo de faenas por la espalda en el centro del ruedo, o las manoletinas, que surgen de forma masiva en los ruedos al rebufo de los espadas modernos ya consagrados.

La rutina presidió la jornada. Sólo la solvencia de Escribano salvó el festejo. El buen novillo segundo encontró en el madrileño un espada con las ideas muy claras, buen sentido del temple y la técnica precisa para ligar los pases. Después de los muletazos encadenados por la espalda, Escribano ligó tandas con la derecha y la izquierda muy logradas. Las trincherillas demostraron un diestro de excelentes maneras. La espada cayó en sótano y en Sevilla así no se pueden cortar trofeos. El novillo quinto, incómodo por sus cabezazos, sólo le permitió volver a estar listo y suelto, siempre por encima de la condición del utrero Espartaco.

Casares no aprovechó las virtudes del primero en una labor espesa y le dio muchos pases, algunos incluso buenos, al fenomenal cuarto. El silencio de la Maestranza fue nuevamente juez inflexible de lo sucedido, ese silencio que duele como un cuchillo afilado que penetra en lo blando. La ovación al arrastre del animal fue el contrapunto cruel de la Fiesta.

Esaú Fernández es de Camas, pero su estilo corre por otros derroteros. Se le notó nervioso con el tercero. Le gustan las cercanías y los circulares. Curiosamente, lo mejor lo ofreció en el sexto, de pitones buidos, con el que se templó bien por la izquierda. Puede haber torero, pero las prisas por presentarlo en Sevilla le han pesado.
 

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