En la segunda de San Miguel en Sevilla, toros mansos de Alcurrucén y una terna de la que se salvó El Cid con su arrrojo, mientras que Castella y Luque no apretaron el acelerador.

Plaza de toros de Sevilla, 2ª de San Miguel. Seis toros de Alcurrucén, bien presentados, mansos, descastados y de mal juego. Dos tercios de plaza. Minuto de silencio por el banderillero Félix Saugar «Pirri».

El Cid, verde y oro, pinchazo y estocada trasera (saludos). En el cuarto, pinchazo, media tendida y descabellos (silencio).

Sebastián Castella, turquesa y oro, estocada corta baja y dos descabellos (saludos tras aviso). En el quinto, pinchazo y estocada trasera caída (silencio tras aviso).

Daniel Luque, avellana y oro, estocada trasera y caída (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).

Carlos Crivell.- Sevilla

Estaba cantado que la corrida de Alcurrucén saldría mansa. Los «núñez» de los hermanos Lozano en plazas de primera suelen ser mansos. Los toros mansos tienen su lidia. Muchos toros de esta divisa rompen con nobleza y calidad en la muleta. Los que saltaron ayer al ruedo maestrante, además de mansos, acusaron una falta notable de calidad, no tenían muchas fuerzas y fueron un prodigio de sosería. Si los seis murieron en el ruedo, sin que saliera el pañuelo verde, fue precisamente porque los mansos no se emplean y raras veces ruedan por el albero. Fue una mala corrida de toros, que en parte fue la que justificó la ausencia de faenas notables.
Pero la culpa de que la corrida fuera mala no la tuvieron sólo los toros. A los toreros se les debe exigir otra actitud. De la terna se salva El Cid, que le puso ardor guerrero a la tarde, sufrió una voltereta de espanto y puso sobre el tapete toda su entrega para lograr mejores logros.

Esta feria de San Miguel es la de toreros en estado de necesidad. Sobre todos los del cartel de ayer. La terna ha cumplido un año sin brillantez, al menos en las plazas de mayor rango, de manera que su paso por Sevilla en septiembre era una buena ocasión para mejorar su imagen de cara al año venidero. Los tres habían pasado de forma triste por la Feria de Abril. Era su ocasión. Sólo se empleó El Cid. Por desgracia ni Castella ni Luque mejoraron su nivel en esta plaza.

La corrida fue mala, dicho queda. Y fue una lástima porque las hechuras eran irreprochables en cuanto al encaste Núñez. Casi todos ensillados, bien armados, largos, lustrosos, de nuevo se comprobó que el tipo no es sinónimo de clase, que fue de lo que carecieron con casi cinqueños de Alcurrucén. Ninguno echó el hocico al albero para embestir, hubo distintos grados de nobleza pajuna, es decir, que fueron toros bobalicones, distraídos, algunos mirones y todos reservados en el tercio final.

La lidia de los mansos es para plazas con buena afición. Las cuadrillas deben emplearse con buena técnica para someter y fijar a reses corretonas. Los de Alcurrucén no permitieron el toreo con el capote. Apenas hubo un quite por chicuelinas y algunos lances de Luque, poco para una corrida de toros.

El Cid forzó al primero con la mano baja por la diestra. Parecía que podía sacar partido del manso, en algún momento ahogó sus embestidas en su empeño por lucirse, hasta que llegó una fea voltereta de la que salió dolorido aunque sin lesiones. Estaba más que justificado.

El cuarto llevó la cara por las nubes. Alcalareño se esforzó en la lidia para bajarle la gaita, pero el animal quería admirar el cielo otoñal de Sevilla. No cabe un toro más deslucido. El de Salteras le buscó las vueltas con torería, dejó algunos muletazos muy hermosos a dos manos y sufrió para matarlo. En dos ocasiones le puso los pitones en el pecho en la suerte suprema. El Cid pudo irse al hotel por su propio pie, porque si por sus enemigos hubiera sido le habría dado trabajo a los médicos. Muy digno su paso por este festejo.

Castella ofreció dos caras distintas. Buena la del segundo y menos buena la del quinto. Apareció decidido y seguro con el soso y descastado segundo, y dejó muchas dudas en el segundo de su lote. Algunas tandas sobre la diestra – la izquierda apenas la utilizó – fueron templadas, siempre con mucha solvencia y oficio. Fue una faena de buena actitud, tal vez algo larga y con el detalle de tardar mucho a la hora de cuadrarlo para la muerte.

El quinto era cojitranco. Arrastró la pata izquierda durante toda la lidia. Embistió mejor por el lado derecho, por donde el francés toreó mucho sin decir nada. Fue esa faceta ya conocida de este diestro cuando está desmotivado. No era un toro de triunfo, pero podía haber permitido una labor más entregada. Ya al final de su largo trasteo, a Castella no se le ocurrió otra cosa que intentar un arrimón a toro medio muerto, como si estuviera en cualquier pueblo. Sevilla le pitó. Ya está bien de arrimones absurdos. Como remate, su espada no viajó con acierto. Era la cuarta corrida de Castella en Sevilla este año. Se va con el esportón vacío. A otros toreros de segundo nivel lo mandan a su casa con semejante bagaje. Algún torero que cortó oreja en Sevilla y en Pamplona debe conformarse con venir el 12 de octubre.

Y Daniel Luque, el torero de nuestras esperanzas; el matador en el que hemos puesto nuestras ilusiones; el que parece llamado a ocupar un sitio de privilegio, tampoco ha podido dar el paso adelante en las plazas de mayor responsabilidad. Dibujó alguna verónica con gusto en el tercero. El animal se paró mucho y también fue deslucido, pero Luque debería intentar torear cargando la suerte, cosa que no hizo, ya que retrasó de forma descarada la pierna de salida para alargar los muletazos. Eso de cargar la suerte, casi nada, que parece que ya no tiene ninguna importancia.

El sexto embistió mejor por la izquierda. Luque se mostró muy indeciso en todo momento. No se estiró con el capote. Por la diestra el toro echó la cara arriba con violencia, pero por la zurda la metió bien. Hubo algún natural suelto. A pesar de ello, Daniel Luque no parecía muy decidido a dar el paso adelante. Entre el toro y el torero, la casa sin barrer, la corrida hundida y la gente en estampida antes de que entrara a matar. Fueron mansos los de Alcurrucén, cierto, pero no los únicos culpables del fiasco.

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