José Ruiz Muñoz. Foto: Álvaro Pastor Torres

Carlos Crivell.- Se acabó la corrida y cruzaron el ruedo las cuadrillas tras despedirse del palco. Caras circunspectas, rictus de amargura y mucho desconsuelo en todos. La corrida llamada a significar el comienzo de un tiempo nuevo se había difuminado cual azucarillo en un café hirviendo. Nunca seis toreros tuvieron tantos motivos para salir desconsolados de una plaza. Algunos porque la mala suerte les obligó a torear reses de mansas o de poco fondo; otros, porque la espada se había llevado un triunfo que estaba en las manos; incluso uno de ellos se debió marchar desilusionado por el extremo rigor del palco. Por lo que fuera, un final muy triste para una corrida con muchos datos para la esperanza.

Borja Jiménez llegaba a Sevilla en un buen momento después de su buena labor en Madrid y en la Copa Chenel. Estaba en la boca de todos que Borja lo tenía en su mano, que la corrida de Sevilla tenía que ser la plataforma para un tiempo mejor. Y Borja se estrelló con un primer toro de Fermín Bohórquez cornalón, pero de pocas carnes. Ni humilló ni tuvo fuerzas, de manera que la buena labor técnica y valiente de Borja se quedó en nada ante un toro de muy pocas posibilidades. Hizo el esfuerzo, se cruzó y enceló al de Bohórquez con su cuerpo para lograr algunos muletazos sueltos. Todo supo a poco menos su esfuerzo, recompensado con una ovación. Pero Borja no venía a saludar desde el tercio. Desconsolado, con la vista perdida, la corrida se le hizo larga hasta que salió a quitar por delantales en el sexto.

Tampoco envió sus naves Lama de Góngora a luchar contra el manso de la corrida. Manso de solemnidad, picado en terrenos de sol, aquerenciado en tablas, sin ninguna calidad, una prenda para poderle y mandarlo al desolladero. La lidia fue complicada, pero en manos de José Chacón todo fue más fácil, dio gusto verlo sobreponerse a los arreones a los adentros del llamado Cacereño. Se lució Fernando Sánchez, otra vez, con los palos y saludó en compañía de Fernando del Toro. La papeleta del manso la resolvió Lama de Góngora con gallardía. El animal no solo buscaba las tablas, sino que llevaba la cara por las nubes. Se fajó, robó pases, lo mató pronto y saludó. Pero Lama no había venido a saludar desde el tercio. Se metió en el callejón con la cabeza envuelta en mil cosas y maldiciendo su mala suerte.

Tras el manso salió uno bravo y con clase, el que se llamó Ondito, que tenía unas hechuras preciosas. Rafael Serna sabía que había toro y comenzó con unos doblones muy toreros. Se la echó a la izquierda y los pases no salieron todo lo limpios que mereció el de Bohórquez. Se vino arriba en una tanda con la derecha y un precioso cambio de mano, y todavía otra más con la diestra antes de una final con la izquierda nuevamente enganchada. Un desarme final absurdo lo complicó todo. Pero lo que fue una verdadera complicación fue el pinchazo hondo y un metisaca. Saludó una ovación tras un aviso, pero su desconsuelo fue tremendo, porque a un toro bueno de verdad no lo había podido cuajar ni matar. El terno estaba roto, como lo estaría su mente.

Así las cosas, salió el cuarto, un toro hondo y bajo de casi seiscientos kilos. Ángel Jiménez tenía en su haber una de las orejas del pasado año, que solo le ha valido para repetir en la misma corrida. El toraco fue tan noble como soso. No decía nada. Jiménez de Écija le trazó cuatro tandas de derechazos de muy pocos pases, a veces sin poder ligar, lo mismo que la única en la que se la ofreció por la izquierda. El toro era un bulto sin gracia, noble y sin picante. Ángel lo mató bien de una estocada en la yema. Y también saludó, pero no había venido a Sevilla a saludar. En el callejón su mente era un revoltijo tratando de explicarse si había podido estar mejor.

Un rayo de luz llegó a la plaza en el quinto, un toro armónico, que permitió que José Ruiz Muñoz se sintiera en unos lances muy acompasados y media con empaque y gracia, lo mismo que un señorial quite a la verónica. Cuando le brindó el toro a Curro Romero la plaza se vino abajo. No era para menos. Ruiz Muñoz toreó en principio con la derecha en una tanda muy corta con elegancia, se la puso con la izquierda con buen concepto, ya cuando el toro, muy noble y con mucha clase, estaba echando el freno. Así estaban las cosas, con un torero de buenas maneras en una labor muy aseada, cuando se la puso por la derecha, ya encorajinado, le bajó mano y dibujó cuatro derechazos enormes, inmensos, en los que inevitablemente más de uno se acordó del Faraón. La música atacó el pasodoble y la plaza se sintió feliz. Todavía nos regaló un trincherazo de cartel de toros. Una faena buena con una tanda de categoría y algunos pases sueltos, como los ayudados por alto que rubricaron su labor. Faltaba el remate, que fue una estocada tendida, trasera y caída. Suele ocurrir en corridas sin trofeos, más en estos tiempos, donde escasea el entendimiento entre los asistentes, que pidieron la oreja, posiblemente por mayoría. El palco se negó, tal vez porque tuvo en cuenta la colocación de la espada. No hubiera pasado nada si se la concede, había petición, y mucho más cuando venimos de donde venimos en el Domingo de Pascua. De nuevo se habló de unificar criterios, de que cuando lleguen las figuras se darán orejas por menos y todas esas cosas. Todo ello no puede menoscabar la calidad de los muletazos de Ruiz Muñoz, que dio una vuelta al ruedo de consolación. Pero seguro que había venido a por otra cosa, sobre todo cuando lo tuvo en la punta de sus manos.

Y salió el sexto, Calerito, otro con oreja en el pasado, se fue a portagayola y lanceó con garbo. Se lució Manuel Jesús Ruiz Román ante un toro bravo en varas. Se lo brindó a Espartaco, lo mismo que había hecho Borja Jiménez, y la labor de Calerito fue de más a menos, sobre todo porque su toro bravo se vino abajo y se acabó muy pronto. La estocada fue de impacto. Saludó otra ovación, pero el de Aznalcóllar debió sentirse insatisfecho, porque no había venido a Sevilla a saludar, le hacía falta tocar pelo.

Todos se fueron desconsolados. Casi todos estuvieron por encima del ganado que lidiaron, tan noble como desfondado, salvo el manso segundo y el muy bravo tercero.

Plaza de toros de Sevilla, 16 de abril de 2023. Segunda del abono. Media plaza. Seis toros de Fermín Bohórquez, desiguales de presencia, una escalera, y de juego variado con nobleza en general. Muy bravo el 3º, que fue noble, lo mismo que el 5º, de mucha clase. El resto, a menos en la lidia.

Borja Jiménez, de blanco y plata: estocada corta (saludos).

Lama de Góngora, de sangre de toro y oro: estocada desprendida (saludos).

Rafael Serna, de sangre de toro y oro: pinchazo hondo, metisaca y descabello (saludos tras aviso).

Ángel Jiménez, de tabaco y oro: estocada (saludos).

Ruiz Muñoz, de marfil y oro: estocada tendida, trasera y caída (vuelta al ruedo tras petición).

Calerito, de berenjena y oro: estocada (saludos).

Saludaron en banderillas Fernando Sánchez y Fernando del Toro. Gran lidia de José Chacón al segundo. Destacó el picador Manuel Jesús Ruiz Román en el sexto. Borja Jiménez y Calerito brindaron sus toros a Espartaco. Ruiz Muñoz, a Curro Romero.

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