Gastón Ramírez Cuevas.- El resultado de la corrida de Pereda y La Dehesilla fue pobre: tres salidas al tercio, una para cada espada. Y claro que el encierro no fue de bandera, pero algo más hubiera podido lograrse en aras del triunfo torero. No obstante, si las esperanzas del público y de los que se visten de luces hubieran llegado a cuajar, otro gallo nos cantara.

Aquí viene en nuestra ayuda el diccionario, el tumbaburros, que le dicen: “las conjunciones adversativas presentan opciones excluyentes y contrapuestas.” Entre ellas está la palabra “pero”, vocablo que el sufrido público taurino utiliza no menos de seiscientas veces cada tarde de toros. Esta ha sido la tarde del ”pero”.

Se esperaba que Salvador Vega reverdeciera laureles y por él no quedó, o no mucho. Pero su lote no fue nada del otro jueves. El que abrió plaza fue débil y se prestó para comentar el trillado asunto del toro al que si se le baja la mano se cae, y si se le torea a media altura, la labor del torero no cala en el tendido. La estocada y la voluntad le valieron escuchar una buena ovación en el tercio.

En el cuarto, mismo que brindó al respetable, se enfrentó a un toro complicado, trotón y falto de fuerza. A veces dio la impresión de que el torero malagueño estaba fuera de cacho. Y aquí probablemente hacía falta más entrega y manejar mejor las distancias. Pero, dio la impresión de que algo no estaba presente, de que algo no era completo. Quizá fueron los toros malos, malitos, pero…

A Miguel Ángel Delgado le pasó algo bastante desagradable. En el segundo había sorprendido gratamente por su manera de torear a un bicho huidizo, rajado y que derrotaba. El inicio de faena con muletazos por alto, trincherazos y pases de pecho fue colosal. Lástima que el toro no quiso saber nada más del asunto y hasta la clásica larga agonía de los bureles mansos enfrió un poco el ambiente. Salió al tercio con justicia por su entrega y una lidia inteligente.

Lo malo vino en el quinto, un astado que pasaba y repetía, pero manso y algo soso. En un absurdo descuido por no tener la muleta lista y andar mal colocado, el de La Dehesilla se lo echó al lomo y le pegó una cornada en el muslo derecho, no le rompió fémur, tibia y peroné de milagro. Hubo palmas al valor de quedarse ahí y matar al animal, pero la faena ya iba camino al desfiladero cuando ocurrió el percance, todo por no mandar y no entender al enemigo. Pero usted sabe que no se puede jugar con el toro, que hay peligro aunque el rumiante parezca tonto y no puede el torero andar atenido a la buena suerte.

Lo más artístico y sobresaliente de la tarde fue la faena de Miguel Tendero a su primero. El toro tenía recorrido, aunque al final de la embestida evidenciaba cierta falta de clase y bravura. Eso lo puso el torero de Albacete con grandes tandas por ambos perfiles en donde hubo garbo, temple y conocimiento de los terrenos. ¡Hombre! La cosa había llenado de júbilo al público y nada más faltaba una buena estocada para que Tendero se alzara con una oreja. Sí, nada más, pero para eso hay que saber matar a los toros y este muchacho o lo ignora, u hoy le dio un ataque de amnesia tauromáquica a la hora de la verdad. Pinchazos, golpes de descabello y un aviso hicieron que todo quedara en una salida al tercio. Es triste hacer subir la espuma de la emoción en las localidades de la Maestranza y luego desinflar las burbujas del triunfo con una buena dosis de ineptitud toricida.

En el último de la tarde, Tendero se pegó un arrimón y logró buenos y emocionantes muletazos, pero todo fue muy en las postrimerías del trasteo, cuando ya no se podían salvar los muebles. Antes hubo trompicones, achuchones y un cierto empecinamiento en no cogerle la distancia al de Pereda. Pero el toro no era fácil, no. Pero para corregir eso –supone uno en los matadores- deben sobrar recursos y ganas.

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