Álvaro Pastor Torres.- 1.- El aficionado, rara avis en especie de extinción por culpa de la gente del toro, y que debía ser cuidado tanto o más que el lince ibérico, tiene por santo patrón al bíblico Job, el de la paciencia, y por especial protectora a la Esperanza (Macarena, of course). Cuando se topó con el cartel de hoy intentó diseccionarlo con todo el optimismo del mundo: lo de Pereda igual se acuerda de su sangre Núñez, y aunque mansito, se puede dejar. Curro Díaz, si tiene su tarde, cambia la moneda al instante. Abellán pude volver a ser lo que fue. Y César Girón dicen que viene con muchas ganas tras una interesante campaña americana, la tierra sus ancestros maternos. Mas el ángel malo que todo aficionado lleva dentro no hacía más que repetirle: relleno, no te engañes, cartel de relleno y baratito.
Pero ayer el entendido vio “cositas”. Menos de las que pudieran parecer por el resultado estadístico y más de las que se esperaban en una tarde desapacible y sin lustre: unos muletazos al ralentí del linarense, alguno que otro de Abellán y las ganas con que venía Girón. Y pare usted de contar. En el debe, bastante: la corrida, desesperadamente mansa a veces, debió apurarse algo más. La lidia del abrió plaza fue una capea. Abellán tardó en ver la distancia a su primero y cuando medio lo entendió ya era tarde. Girón, que torea poco, desaprovechó un aceptable tercero, quizá por ello –dos toros entre barreras dan tiempo para pensar- salió a lidiar el último como apático, con la moral por el mismo albero, y para colmo ni el animal ni el tiempo le acompañaron.

2.- El público-masa que rebosa, llena o medio llena con holgura –como ayer- las plazas de toros va al coso sin saber qué ni a quién va a ver. Total, La Dehesilla, Curro Díaz y compañía le suenan a chino madarín; quizás Abellán le diga algo, pero más por la parte del papel cuché y las espléndidas novias que gasta. Además, muchos ayer asistieron de gañote o válvula, con la entrada regalada por el jefe que no quería encasquetarle este festejo a un cliente preferente (vip le llaman ahora), por el primo que se había ido de fin de semana o por la vecina que tenía una boda en el Gran Poder a las seis.
Ese gentío se conforma con casi nada; no sabe lo que es el pico de la muleta, del que ayer se abusó; aplaude a los del castoreño por no picar; se viene arriba enardecido con una voltereta, y hasta pide mayoritariamente la oreja después de un metisaca infamante y una estocada baja. Esto es lo que hay. Esto es Sevilla. Y… siga usted poniendo plazas.

Texto publicado en El Mundo el 19-4-09 

Foto: Álvaro Pastor

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