Carlos Crivell.- La novillada comenzó a las siete y media. El milagro es que hubiera novillada, porque habría sido una pequeña tragedia que un espectáculo tan redondo se hubiera quedado en el limbo. Se pueden hacer muchos juegos de palabra para titular lo que sucedió en las dos horas y media largas sobre el albero maestrante: los novilleros devuelven la luz al toreo, Marco y Zulueta encienden la pasión sobre el ruedo… Solo puedo confirmar que al presenciar esta novillada de la Feria de Sevilla tenía muy claro que estábamos ante el futuro de la fiesta, que se presentó con dos caras distintas. De un lado la capacidad asombrosa y la inteligencia preclara del torero salmantino; de otro, la sublime calidad de Javier Zulueta. No es cuestión de elegir, ya que ambos conceptos son válidos y necesarios. Sevilla vivió con pasión las dos caras del futuro del toreo.
La media plaza que tuvo fe en la celebración de la novillada acogió a los dos jóvenes con una alentadora ovación. Por los tendidos, claramente diferenciados, se situaban los partidarios de uno y el otro. El primero de la ganadería de Talavante fue la evidente manifestación del tipo de utrero que serían la piedra de toque para calibrar las posibilidades de ambos. Un novillo bonito sin estridencias.
Marco lo recibió a portagayola y meció su capote a pies juntos. No es la capa su mejor arma, pero la utiliza con soltura para levar la lidia siempre a favor de los animales. Tampoco las chicuelinas del quite fueron especiales. En su turno, Javier Zulueta le puso un punto de más gracia al lance de Chicuelo.
El novillo fue encastado, por tanto, algo molesto, pero se encontró con un chaval clarividente. Con un desparpajo asombroso se lo pasó por alto en los estatuarios y lo sacó con donaire fuera de las rayas. Era cuestión de poder a una embestida agresiva, de ahí que el toreo de la primera parte de su labor fuera algo rapidillo. También por la izquierda le bajó la mano y le ofreció el poder de su muleta, lo mismo que se explayó al final en los circulares invertidos, en los que hubo algo de falta de ajuste con el animal, pero sobresalió su capacidad para pensar en la cara del utrero. La media bastó y la oreja cayó en sus manos.
Para mi gusto, lo mejor de su tarde sevillana ocurrió en la faena al quinto. Antes, en el segundo de su lote, novillo menos colaborador y más castigado en varas, Marco comenzó con los cambiados por la espalda sin aparente justificación. De pronto el animal se quiso echar, de aburrimiento o de falta de raza. Marco muleteó con cierta rapidez cuando ya el de Talavante había echado el freno.
Decía que lo mejor fue la faena al jabonero quinto, tan noble como falto de alguna pujanza para tirar hacia delante. Se había ido de nuevo a la puerta de toriles, donde el novillo volteó su anatomía en una costalada. La faena fue de un poder inmenso, no muy ligada porque no era posible, de un aguante enorme, siempre en la distancia y bien colocado, fue sacando muletazos de mando absoluto, llevando al animal hasta el final de su recorrido con un tacto especial. Acabó montado encima del utrero. Una locura de fuerza, dominio y técnica. El pinchazo pudo quitarle el doble premio, pero la oreja fue incontestable.
Junto a esta lección de poder y mando, de suma inteligencia torera, la tarde nos regaló el valor imperecedero del toreo eterno, el que surge de la extrema sensibilidad de un artista, tal fue lo que ocurrió con Javier Zulueta.
En una tarde de tantos recuerdos, posiblemente lo mejor en cuanto a toreo grande ocurrió a la salida del segundo, cuando Zulueta paró el tiempo en su toreo a la verónica, tan despacio y con tanto empaque. La primara tanda con la derecha fue de seda, por su tersura suave. No fue siempre así. El novillo acusó su falta de fuerzas tras una costalada al comienzo y se evaporó una faena que todavía regaló muletazos limpios, como si estuviera de salón. Todo ello, acompañado por un pasodoble inapropiado para la ocasión.
La gran faena de Zulueta llegó en el cuarto. Lo recibió con cordobinas rodilla en tierra. Se lo brindó a su compañero. Allí comenzó su recital de toreo grande, entre tanto muletazo bueno, aún se mece el novillo en un cambio de mano eterno, lo mismo que no se pueden olvidar los pases de pecho echándose al animal a la hombrera contraria. Otra más llena de aroma con la diestra antes de citar con la izquierda con el cartucho de pescao. Todo al ralentí, sin aspavientos, sin prisas, sin un gesto de más, una faena que culminó con naturales citando de frente en honor de Manolo Vázquez. La estocada fue suficiente. Se pidieron las dos orejas. El palco, vamos a ver si con las figuras se comporta igual, solo sacó un pañuelo.
El sexto no valió nada. Fue una pena, porque ese cartucho se le escapó a Javier. Novillo muy descastado sin ninguna clase y un torero capaz sin que le llegara el agua al cuello.
Fue una fortuna que la novillada se celebrara, a pesar de la espera, a pesar de la incomunicación sufrida durante su desarrollo. El futuro pasó por Sevilla con dos caras distintas. Aleluya.
Plaza de toros de Sevilla, 3ª de abono. Media plaza. Seis novillos de Talavante, discretos de presencia y de juego variado, destacando la casta del primero y la nobleza de cuarto y quinto.
Marco Pérez, de lila y oro. Media estocada tendida (una oreja). En el tercero, dos pinchazos y estocada trasera (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada (una oreja).
Javier Zulueta, de verde botella y azabache. Pinchazo y estocada (saludos). En el cuarto, estocada (una oreja). En el sexto, estocada trasera (saludos).
Saludaron en banderillas Juan Antonio Maguilla, Prestel, Daniel Duarte, Curro Robles y Elías Martín.