José Garrido (Foto: Toromedia)

Carlos Crivell.- Emergentes y jóvenes eran los toreros del cartel. Son los toreros llamados a ocupar los puestos de honor del escalafón en pocos años. Se supone que el aficionado habría marcado en rojo este festejo de apertura del ciclo continuado, aunque la cruda realidad es que la plaza tenía la placidez de una corrida telonera. Así está la afición de Sevilla. Hay mayor interés en el pasado que el en futuro.

A los toreros en la flor de la pubertad torera les soltaron una corrida de toros de Torrestrella para que nos enseñaran sus poderes. Si se aspira a dominar el futuro hay que resolver el presente. Y al final de la corrida flotó en el ambiente que por allí hubo más toros que toreros.

Es cierto que la movilidad fue a veces engañosa. No siempre el movimiento es sinónimo de calidad. Estamos pidiendo movilidad, los que llegaron desde Los Alburejos la tuvieron, pero el toreo realizado con esa movilidad variada se quedó por debajo de lo que se esperaba de una terna tan tierna.

El toro de la corrida, y de muchas corridas, fue el cuarto, que soportó muchos kilos en una bella anatomía. Fu en un toro casi completo, de bravura sin excesos en el caballo de Curro Sanlúcar y con nobleza en sus embestidas. Fue el toro que se puede soñar para una tarde de triunfo en la Feria de Abril de Sevilla.

José Garrido, el joven más experto de la terna, salió vestido de azabache. Movió el capote con soltura y un punto de barroquismo encantador. Una serpentina invertida le puso el colofón al saludo. El toledano Lorenzo dibujó chicuelinas a cámara lenta, la misma lentitud que el de Torrestrella le imprimió a sus acometidas. Garrido se echó de rodillas en un inicio de faena en la que resplandeció como un sol de septiembre una trincherilla suave, casi una caricia. Había toro y el torero lo sabía.

Fue tan bueno el toro para la faena de Garrido que incluso se desplazó largo al final de cada pase y se abrió para que no hubiera agobios. La faena tuvo, por encima de todo, expresión en el gesto. Garrido se ha asolerado en las formas. También surgió la improvisación cuando una tanda parecía condenada a un final sin contenido. El toreo fundamental fue bueno; los finales de las tandas, muy bellos, sobre todo cuando, de forma reiterada, de nuevo volvían los trincherazos. Y que no se olviden algunos de pecho. Todo muy bien, pero el de Torrestrella seguía embistiendo por abajo pidiendo una rotundidad que no llegó nunca a florecer en una labor que exigía la nota máxima y se quedó solamente en el notable.

El primero tuvo un final deprimente después de anunciar clase y movilidad desde la larga a portagayola. Al final, alargó la cara y derrotó en los remates. La faena nunca se vino arriba.

Álvaro Lorenzo

La otra faena que llegó a captar la atención del tendido fue la de Álvaro Lorenzo al segundo de la tarde. Con un terno muy de Palomo, Álvaro brindó al cielo la faena del primero de su lote. El de Toledo ha demostrado que maneja bien el capote, aunque en esta ocasión se conformó con las chicuelinas de seda del cuarto. Embistió por abajo el de Domecq y Lorenzo lo templó escondiendo la pierna. El temple sobresalió en la primera mitad de una faena que acabó perdida con el toro buscando las tablas. Había buen ambiente y la oreja parecía ya en manos del joven espada cuando recetó dos espadazos infames, uno que hizo guardia y otro en el chaleco. Ese toro había sido la oportunidad de su tarde sevillana. El quinto, un toro grande por detrás y por delante, no le dejó estar a gusto. O tal vez era un toro con muchos problemas para quien está en las primeras líneas de su carrera torera. Y otra vez confirmó que lo de la espada en el toro anterior no había sido un accidente. Doble dosis de carretón para este toledano que maneja tan mal la toledana.

Ginés Marín

El más joven de la terna vestía de verde, dicho sin ánimo de señalar. Ginés Marín se lució con el capote en el tercero, entró en quites en los toros de Garrido y se fue a portagayola en el sexto. La portagayola ya no es lo que era. Será porque se abusa de ella; será porque los toreros se colocan lejos de la puerta de chiqueros. Marín se arrodilló en solitario ante los toriles, salvó al toro en su larga y no se inmutó nadie en la plaza. El bravo tercero salió de los muletazos mirando al cielo de Sevilla. Marín anduvo sereno y compuesto, algunas veces templado y, al final, embarullado. La estocada fue lo mejor de este turno.

El sexto, el cartucho final que le quedaba a este rubio jerezano criado en Extremadura, se lastimó una mano y, aunque tenía calidad, deslució todo lo que intentó el joven diestro. El toro quería embestir pero no podía, de manera que acabó su periplo asfixiado y anclado al albero. Marín se enredó en sus propias ansias. Los bordados del terno verde relucían con fulgor cuando la tarde se marchaba de la plaza. El aficionado recapacitó. Una oreja de un toro al que le colgaban las dos no es un buen balance. Y se fue a casa con muchas dudas.

Plaza de toros de Sevilla. 3ª de abono. Menos de media plaza. Seis toros de Torrestrella, bien presentados y de juego muy variado. En general, con casta y movilidad. Se hundió el 1º; noble y mansito, el 2º; noble con casta, el 3º; bravo y noble, el 4º; reponedor y complicado, el 5º; lastimado con clase el 6º. Minuto de silencio en memoria de Palomo Linares.

José Garrido, de marfil y azabache, estocada atravesada y dos descabellos (silencio). En el cuarto, estocada trasera y caída (una oreja).

Álvaro Lorenzo, de blanco y plata, estocada enhebrada que asoma, bajonazo y dos descabellos (silencio tras aviso). En el quinto, estocada tendida y caída y descabello (silencio tras aviso).

Ginés Marín, de verde y oro, estocada (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).

 

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