035Carlos Crivell.– Desastre ganadero en la Maestranza con un lote descastado de Montalvo y una oreja al final para un persistente Pepe Moral que arrancó el trofeo con una fe inquebrantable y digna de premio.

Plaza de la Maestranza. Viernes, 17 de abril de 2015. Tercera de feria. Media entrada. Toros de Montalvo  de diferentes hechuras pero pareja y bonita por delante, incluidos los sobreros (el quedo 3º y el mansito y obediente 4º bis); el 1º sacó bondad en su contado poder y limitado fondo; el hondo 2º se paró a plomo; un 5º dormido y apagado; noble sin terminar de humillar el rajado 6º.

El Cid, azul marino y oro. Estocada trasera y atravesada (silencio). En el cuarto, dos pinchazos, estocada defectuosa que hace guardia y descabello (silencio).

Daniel Luque, de vede botella y oro. Estocada caída (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada honda y rinconera (silencio).

Pepe Moral, de rosa palo y oro. Pinchazo hondo y estocada algo tendida (silencio). En el sexto, estocada (oreja).

Cuando el desastre de Montalvo ya estaba consumado, con el único cartucho de un sexto toro y la gente en huída despavorida, la fe del palaciego Pepe Moral fue como un latigazo emocional para la tarde. Le puso el temple a su muleta para encandilar al manso, hizo un ejercicio de fe para buscar la última gota de unas embestidas casi imaginadas, se quedó firme para que el de Montalvo siguiera el trapo rojo y dibujó pases de pecho de pitón a rabo. Fue un auténtico tratado de fe en sus posibilidades. Más aún, fue un esfuerzo sobrehumano para arrancar a bocados una oreja que escapa a disecciones finas, porque cuando un torero pone el alma para que un toro embista, solo queda el respeto y el premio. La tarde había sido una sucesión de llantos y lamentos. El final de Pepe Moral con su oreja en la mano no podía borrar tanto desatino, tanta falta de casta y la ausencia absoluta de la bravura, pero era reconfortante.

La corrida de Montalvo se anunció en la Feria porque fue la triunfadora del pasado año. El batacazo ha sido épico. Buscando entre titulares y sobreros, apenas se puede recordar el buen tercio de varas del segundo. Todos exhibieron una escandalosa falta de fuerzas. Muchos de ellos, con la apoteosis negativa del cuarto, fueron mansos más cerca de los bueyes de carreta que del toro de lidia. Se fueron dos de ellos a los corrales, pero ese mismo camino debió seguir algunos de los que murieron en la plaza. Montalvo devolvió todos los premios que había cosechado su propietario en la edición pasada.
La oreja que cortó Pepe Moral al sexto fue el producto de su entrega para encontrar agua en un desierto. El animal podía haber seguido el camino de los corrales. La empresa deberá tenerlo en cuenta: el torero no forzó al llamado Insumiso para que rodara por el albero, aunque sabía que era poco menos que imposible lograr nada bueno de semejante burel.
Moral creyó en el toro y lo templó con la derecha con mimo. No tuvo más remedio que seguir la muleta el toro salmantino. los de pecho ligados fueron enormes. Incluso dibujó naturales con esa segunda parte del muletazo que imprime este torero alrededor de su anatomía. Fue un ejercicio de fe inquebrantable que el público recibió aliviado como un soplo de brisa en una noche de agosto. Soportó el torero hasta el corte del pasodoble de forma abrupta cuando el pase de pecho caminaba en la mitad del recorrido. Lo mató y tuvo premio.
El Cid toreó bien con el capote a la verónica al primero y al cuarto que fue devuelto. El que abrió plaza se rompió en un topetazo contra un burladero y se dejó allí media vida. El de Salteras hizo un esfuerzo con poca recompensa.
El sobrero cuarto era tan chico como manso. Con buena técnica y decisión lo fijó para lograr algunos pases sueltos que no podían conjuntar una faena total. El enemigo era una especie sin clase ni fuerzas. Un simulacro de toro.
No tuvo más suerte Daniel Luque, que ofreció sus mejores momentos con el capote en el segundo de la tarde, ya en el saludo, ya en el quite. Las largas cordobesas fueron primorosas. La bravura en varas del segundo quedó en un espejismo en la muleta. El animal se fue muriendo poco a poco entre muletazos solo voluntariosos.
Quiso torear de rodillas con la capa al quinto y no encontró aliado. Enhiesto se lució a pies juntos. La mansedumbre y la falta de casta acabaron por hundir también a esta res al que el de Gerena trató de torear sin ninguna posibilidad. La huida clamorosa a las tablas acabó con este acto.
Moral, dicho queda, le puso una leve sonrisa a una tarde lamentable. Con el tercero se había estrellado ante otra muralla de Montalvo. La fe desmedida le permitió cortar una oreja que no puede paliar una corrida para el olvido.

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