En la cuarta del abono triunfó Diego Ventura que salió a hombros tras cortar cuatro orejas. Sus compañeros Hermoso y Bohórquez fueron silenciados. La plaza resgistró una buena entrada.

Seis toros de Fermín Bohórquez, flojos.

Fermín Bohórquez: silencio y silencio. Hermoso de Mendoza: silencio y silencio. Diego Ventura: dos orejas y dos orejas.

Casi lleno. Ventura salió a hombros por la Puerta del Príncipe. César Martín fue atendido de una herida incisa sobre espina ilíaca anterosuperior dcha. de 1,5 cm por rejón. Se recomienda profilaxis antitetánica. Pronóstico leve.

Carlos Crivell.- Sevilla

Con la corrida de ayer se vuelve a la eterna discusión sobre el lugar que ocupa el rejoneo en la tauromaquia. Siempre fue considerada como una materia taurina, especialmente con la presencia en los ruedos de Antonio Cañero, Álvaro Domecq y Ángel Peralta. En los tiempos actuales, el gran maestro es Hermoso de Mendoza, que introduce alardes que ya comenzaron a mostrar un rejoneo más cercano al espectáculo que al toreo. En nuestros días, casi no queda nada de tauromaquia clásica. El rejoneo no se ajusta ya a los cánones eternos.

La pregunta sería si en el toreo a caballo hay cánones, reglas o normas clásicas. Según los grandes maestros sí hay cánones. Sin embargo, los públicos ya no admiten un toreo a caballo exento de piruetas, giros, vueltas, carreras a dos pistas y semejantes histrionismos que consiguen el clamor en los tendidos. Será preciso admitir que algo ha cambiado en el toreo a caballo.

Los expertos en cuestiones equinas admiran la doma excelsa a la que se ha llegado con los caballos toreros. Al margen de la doma, apenas se valora el temple al fijar un astado de salida, la lidia siempre en el centro, la capacidad para hacer las suertes con torería y señorío, la entrada y salida de la cara del toro con limpieza, la perseverancia para citar siempre de frente y clavar al estribo… Sin embargo, son muy celebrados algunos alardes de valor incuestionable, aunque de complicada explicación dentro de los cánones, como provocar las palmas con balanceos al citar o la célebre suerte del bocado al pitón o la divisa. Como quiera que carezco de argumentos precisos para fijar normas, será preciso considerar que ya todo es distinto y que el rejoneo del siglo XXI debe ser el de la espectacularidad y el exhibicionismo, mientras que el silencio que provoca un caballero cuando se empeña en hacer bien las suertes debe ser la expresión de ese estilo ya no se lleva.
Desde el prisma de la doma, el dominio de las cabalgaduras y la variedad de suertes llamativas, el toreo a caballo de nuestros días tiene como paradigma a Diego Ventura, que en su tarde sevillana mostró todo su arsenal y poderío, ya con los caballos consagrados – Morante, Califa y Nazarí -, ya con los nuevos, tales como Triana, Revuelo y Orobroy. Ventura conectó con el tendido que le agradeció su entrega y espectacularidad. Como mató pronto, el palco, con un alarde de generosidad llamativo, le premió con cuatro orejas.

Pablo Hermoso está a mitad de camino entre la pureza y la espectacularidad. En esta corrida sevillana rayó a buen nivel, aunque el fallo con el rejón de muerte le privó de cortar trofeos. Al navarro se le vio algo frío, carente de la chispa que le caracterizó siempre, a pesar de las maravillas de su cuadra, como Ícaro y Silveti, por no hablar de Chenel, escasamente utilizado en esta ocasión.

Los cánones los puso sobre la plaza Fermín Bohórquez, pero el público lo recibió con cierto aburrimiento, debido a que en el toreo a caballo del jerezano no hay alardes. Posiblemente, lo mejor de la tarde fue la forma de parar al cuarto sobre la yegua Rubia, sencillamente perfecto. El problema, además, es que habitualmente Fermín está negado con el rejón de muerte. Se llevó dos silencios. Su labor en el cuarto mereció mayor reconocimiento del tendido, pero hay que admitir ya de forma terminante que en cuestiones de toreo a caballo se han olvidado los cánones y reina el toreo que exige a las cabalgaduras verdaderas maravillas, de forma que el concepto toreo ha quedado desterrado. No importa el señorío, el temple o la torería, lo que gusta es que un caballo le quiera dar un mordisco a un toro.