En la 4ª de Feria de Sevilla, el azteca Joselito Adame cortó una oreja en una tarde de entrega, variedad e inspiración. Corrida desigual del conde la Maza con tres toros posibles, aunque en conjunto mansa.

Plaza de toros de Sevilla. 17 de abril de 2012. 4ª de Feria. Media plaza. Seis toros del Conde la Maza, desiguales de presencia aunque astifinos. Mejores segundo, cuarto y sexto, aunque sin humillar.

Luis Bolívar, de rosa y oro, silencio y saludos. Salvador Cortés, de lirio y oro, saludos y silencio. Joselito Adame, de blanco y plata, saludos y una oreja.

Carlos Crivell.- Sevilla

Es posible que lean que fueron lopecinas, pero su verdadero nombre son zapopinas. Es el quite que Joselito Adame realizó en el sexto y que sencillamente bordó. Estos lances los popularizó El Juli en sus comienzos, cuando el torero madrileño era un prodigio de variedad. Importó de México este quite y le llamó lopecinas, su apellido. En realidad, es un quite conocido en México y que tiene nombre: zapopinas, en honor de la tierra natal de Miguel Ángel Martínez que las instrumentó por primera vez. Martínez las llamó así en honor de Zapopán, la ciudad en la que había nacido.

A Joselito le salieron bordadas, limpias y airosas, perfectas de ejecución y remate. La plaza reaccionó con la alegría que provoca el toreo bien hecho. Un lance que puede parecer accesorio pero que bien realizado se convierte en una obra de arte.

Adame estuvo sembrado toda la tarde. Su disposición quedó plasmada en un detalle: realizó tres quites, uno por chicuelinas, otro por delantales y el citado por zapopinas. Fueron los únicos quites de la tarde. Era la demostración de que venía a buscar el triunfo con todas sus ganas.

No sólo se lució en los quites. Toda su labor fue un compendio de entrega, capacidad y valor. Siempre aparece el valor como elemento necesario para el triunfo. Cuando un torero sale tan dispuesto, por lo general llega la recompensa.

El tercero le dejó dibujar apenas una tanda. El manso, como casi toda la corrida del Conde de la Maza, embistió a la muleta del mexicano porque la dejó colocada y la meció con temple. Pero la desgracia acechaba y el toro comenzó a mostrar datos de estar enfermo o vaya usted a saber lo que le pasaba. Se derrumbó, se levantó conmocionado, volvió a claudicar, el toro no era ya apto para el toreo. La miel en los labios.

Después de las zapopinas, Joselito se enfrentó al sexto con decisión. El toro fue menos manso que sus hermanos, demostró nobleza aunque nunca humilló. Para el azteca ese detalle no importó. Dejó la franela colocada para tirar del animal con temple, valor y buen gusto. El comienzo había sido escalofriante. Tres estatuarios y un pase del desdén preciosos. En uno de ellos el del Conde lamió la pequeña anatomía de Joselito, que se quedó quieto como una estatua. Fue impresionante. Ahí comenzó a cimentar su triunfo. El toro se rajó al final, mas no importó, le buscó las vueltas y sólo un desarme por la izquierda le restó valor a su faena. La firma de la estocada dio paso a una oreja que se antoja como muy merecida por el conjunto de su tarde.

Se oirá hablar mal de la corrida del Conde de la Maza, porque es cierto que hubo mucha mansedumbre. Sin embargo, por presencia pocas pegas hay que poner al encierro. Los toros lidiados en números pares se dejaron torear. No fueron reses fáciles, casi siempre llevaron la cara a media altura, pero cuando los toreros se pusieron de verdad y le dieron distancia, los citados toro segundo, cuarto y sexto se dejaron torear. El viento presente obligó a torear en los terrenos de tablas. En el centro, alguno hubiera lucido más. Lo malo fue que los impares, primero, tercero y quinto, fueron mansos y de escaso juego.

Es decir, que cada torero tuvo un toro posible. El de Salvador Cortés fue el segundo, justo de fuerzas y con un buen pitón izquierdo. Por ese lado hubo algunos muletazos de trazo largo y templado. Se dejó enganchar por la derecha, volvió a la zurda y la faena no cogió el vuelo deseado.

Con el quinto, muy parado y siempre detrás de la mata, su faena no tuvo ningún relieve. Salvador insistió a sabiendas que allí no había nada que lograr de mérito. Le queda otra corrida; es otra posibilidad. Con la del Conde tuvo un toro que no pudo aprovechar.

También el colombiano Luis Bolívar se enfrentó a otro toro posible, el cuarto. Por hechuras era de los elegidos. Fue manso, recorrió la plaza huyendo de todos, puso en aprietos a un buen banderillero como Gustavo García «El Jeringa» y acabó metiendo la cara por el lado derecho con ciertas posibilidades de triunfo. Bolívar no salió del tercio, cuando se intuía que en el centro el animal podía ser más franco, pero a esas alturas de la tarde corría el viento y ello no animó al colombiano a cambiar al toro a otros terrenos. Hizo un esfuerzo por el lado derecho, robó pases de factura desigual, pero al final quedó su ánimo y no la intensidad de su faena.

La tarde acabó bien con ese pequeño mexicano feliz con su preja. Me quedo con sus zapopinas y con los estatuarios, uno de ellos de un valor descomunal.