Álvaro Pastor Torres.- Y por poco sangre, porque el segundo condeso se echó a los lomos de mala manera en un quite a Oliva Soto, una cogida para partir por medio a cualquiera que no sea torero. Pero entre que están hechos de una pasta especial –el Génesis no dice nada sobre qué tipo de barro sirvió para modelarlos-, y que la suerte, a la que tientan un día sí y otro también, suele visitarlos muy a menudo en forma de quite providencial, capotillo de San Fermín o de San Pedro Regalado, patrón del gremio, afortunadamente no pasó nada, y el camero, que venía muy animado y entró en todos los quites que le correspondían, pudo seguir adelante.

Sudor para meter en la franela a un serio y sobre todo muy astifino toro que ya de salida había anunciado sus aviesas intenciones, en especial por el pitón izquierdo, y es que los astados de los Herederos del Conde de la Maza han salido de derechas, dejándose querer la mayoría por ese pitón y con muy pocos pases por el otro.
Y lágrimas, las que se tragó ese mismo Oliva Soto brindando al cielo en recuerdo de su tío, que cayó mortalmente herido en este mismo albero bajo los pitones de un utrero de la misma ganadería que ayer –insensibilidad de una empresa que no quiso emparejarlo en otro cartel-, y las que derramó dando la vuelta al ruedo con la oreja que tanto tardó en conceder un presidente que momentos antes se había olvidado de cambiar el tercio.

El invierno para estos toreros que actúan tan poco debe ser muy duro, y seguro que da mucho tiempo para pensar y mentalizarse, porque a pesar de la vitola de artista que siempre ha acompañado justamente al matador de Camas, ayer, en especial en la faena a su primero, demostró que el verle las orejas del lobo aporta una dosis de valor que a veces raya con la temeridad. Lástima que “la gasolina” se la acabara justo antes de entrar a matar al noble quinto, cuando había puesto la plaza boca abajo y tenía las dos orejas y la puerta del Príncipe con el cerrojo medio descorrido. Ni el toro estaba cuadrado ni a él le quedaba ya fuelle para tirar por la calle del medio.

Diego Urdiales, nuevo en esta plaza, aportó un valor seco, sin aspavientos, sabiendo sobreponerse a un certero derrote que a punto estuvo de arrancarle la cabeza. Y también trajo la multicolor bandera de su tierra riojana en los papelillos de los garapullos. Nazaré salió indemne del mirón tercero –laus Deo- y no le pilló el aire al sardo que cerró plaza.

Esta noche en su cama Oliva Soto seguro que repasará mil veces sus faenas, hasta llegar al momento fatídico del primer pinchazo al quinto. Desgraciadamente la historia del toreo está llena de lo que pudo haber sido y no fue.