Álvaro Pastor.- Al que da todo lo que tiene no puede demandársele más. Y si encima las circunstancias orteguianas no prometían mucho, bastante hicieron matadores y cuadrillas –incluido el picador que sufrió una fea caída y estuvo a merced del toro más tiempo del estrictamente deseable – con salir por su propio pie calle Iris abajo cuando el sol ya se había puesto por el Aljarafe, dejando tras de sí unas algodonosas nubes sonrosadas muy parecidas seguro a las que debieron inspirar la dedicatoria del libro Semana Santa de Sevilla, escrito por el muy antitaurino Eugenio Noel: «A Sevilla, la de los incomparables atardeceres».

Rafaelillo, Luis Vilches y Joselillo, tres toreros de escaso recorrido anual en número de festejos (20 el que más), abonados al toro grande, y se supone que a la bolsa chica (aunque la empresa Pagés cobra lo mismo esta corrida que las más encopetadas de farolillos), libraron varias batallas a la vez: las de sus propias limitaciones, las de unas cuadrillas que están a años luz de las que llevan los matadores del grupo especial, pero sobre todo las de un encierro del conde de la Maza que volvía al abono continuado –cuando pocos lo habían pedido – tras lidiar en otras señeras festividades (Corpus o Virgen de los Reyes), y hacer algún máster ferial en sobreros hartamente corraleados, por supuesto en corridas de la serie B, que pronto le van a colar a las denominadas figuras del escalafón pupilos de este hierro, ni como suplentes siquiera.

Toros dispares, desde cariavacados y escurridos de carnes hasta otros más en tipo, pero con el denominador común de unas astas irreprochablemente astifinas, en puntas de verdad de la buena, de las que da la madre genética y la abuela naturaleza, no sé si me siguen.

¿Por qué no se escobillan estos astados? Doctores tienen las facultades de Veterinaria de Córdoba o Murcia, donde estudia mi sobrina Cristina, para resolver este entuerto. Y para colmo algunos cornúpetas, listos ellos, con unas intenciones montaraces.

A pesar de todo, el aficionado, que hoy ganaba por goleada en tendidos y gradas al papafrita de clavel reventón, vaso de güisqui y móvil pegado a la oreja, pudo ver un estoconazo de manual propinado por Joselillo, con grave peligro para su integridad física, una lidia valerosa del murciano Rafaelillo al marrajo que hizo cuarto, y una faena entonada de Vilches a un toro complicado y con mucho que torear y aguantar.

Tras fallar con la espada, el utrerano lloraba como un niño cuando salió a recibir la ovación de un público que siempre estuvo cariñoso con los toreros. Los hombres también lloran.

Publicado en El Mundo el 21 de abril de 2009

Foto: Álvaro Pastor

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