Gastón Ramírez Cuevas.- La corrida del Conde de la Maza tuvo todo lo que se puede esperar de los toros de lidia. Fueron seis toros que ofrecieron distintos grados de emoción, posibilidades de triunfo, peligro, bravura, nobleza, etc. Estuvieron muy bien presentados, sobresaliendo un burraco precioso que hizo sexto. ¿Y los toreros? Bueno, hablemos de todos y por su orden.

Diego Urdiales se las vio en su primer turno con un animal débil y que echaba la cabeza arriba al final del muletazo. El torero de Arnedo prolongó el trasteo más de la cuenta y luego tuvo problemas para liquidar al bicho. Ese porfiar con denuedo y terquedad se agradece, pero no tuvo mucho sentido.

Con el cuarto, un astado que se revolvía, que no era nada claro, embestía rebrincado, derrotaba y miraba al torero con alarmante regularidad, Urdiales dio una lección magistral de poder lidiador y valor seco, algo que ya no se ve muy a menudo. Hubo una gran tanda de naturales en tablas, con Diego entendiendo perfectamente al animal y haciéndolo pasar completo y por la faja, cosa que al burel no le apetecía en lo más mínimo, y lo demostraba tirando tornillazos. La estocada defectuosilla al primer envite, bien podía haber sido suficiente para que el público sevillano pidiera y obtuviera la oreja para Urdiales, pero en este festejo el ánimo de la afición estaba entregado a otro coleta. No obstante, el cónclave le aplaudió fuerte en la merecidísima vuelta al ruedo.

El consentido en este cartel era Oliva Soto, un muchacho que ha toreado una corrida escasa en el último año y que goza de las simpatías del respetable por su toreo, por lo duro que ha sido para él esta profesión, y porque un novillo del Conde de la Maza mató a su tío, el banderillero Ramón Soto Vargas (en el 1992), aquí en este mismo ruedo elíptico.

Con el segundo de la tarde pasó algo que quizá influyó decisivamente para que el muchacho de Camas se alzara como el triunfador indiscutible de esta tercera corrida del serial. Después de que Nazaré quitara por chicuelinas, Oliva Soto intentó replicar con idénticos lances, pero en el primero de ellos se echó al toro encima y la voltereta fue espeluznante. Por la mente de todos los parroquianos pasaron tragedias griegas y familiares, leyendas negras y ganaderas, y otras mil ideas muy tristes. Afortunadamente, la cosa no pasó del susto. Y con un poco de ángel y valor que demostrara el torero, la balanza estaría siempre su favor.
Después de brindar la muerte del toro al respetable y a la memoria de Soto Vargas, el torero andaluz logró dos tandas de grandes derechazos, exponiendo y toreando con salero. El toro tendía a vencerse y embestía con cierta rabia brava, lo que daba un peligro extra a los muletazos. A pesar de haber pinchado en una ocasión y de que el toro dobló merced a una estocada trasera y tendida, la gente exigió de manera indiscutible y mayoritaria la oreja para Oliva Soto.

El quinto fue el mejor toro no de este encierro, sino de infinidad de corridas. Tenía bravura, alegría, presencia, nobleza, recorrido y fuelle, cosas quizá inusitadas en los toros del Conde de la Maza. Fue uno de esos toros que por azares del destino nunca se encuentran en el camino de algunas figuras. Pues bien, Oliva Soto toreó con el capote y la muleta entre ovaciones y la euforia general.

Debido a su falta de rodaje y -supongo- al saber que le había tocado el garbanzo de a libra en el sorteo, algunos lances y algunos pase fueron enorme de verdad y otros no tanto. El mayor mérito fue dejarse ver de largo y aguantar la embestida en los medios para enjaretarle elegantes y ceñidos naturales y derechazos al toro, que si algo tenía de malo era el nombre: "Limpidado". Los interminables pinchazos dieron al traste con el sueño de salir por la Puerta del Príncipe, pues si logra endilgarle al socio un sartenazo efectivo a la primera, es seguro que las dos orejas hubieran caído raudas y veloces. Para que a Oliva Soto le vuelva a favorecer tanto la suerte, sobre todo con esta ganadería, bien pueden pasar muchos años. Se le ha escapado un triunfo grandioso, y todo por no saber matar a los toros, una lástima.

De Antonio Nazaré podemos decir que estuvo muy valiente y muy entregado, tratando de hacer hasta lo imposible por no irse de vacío. Desafortunadamente, su lote estuvo compuesto por un par de toros probones, reservones y difíciles, de esos que engañan y que no dejan estar al diestro en turno.

El peligro y la complejidad de la lidia de estos bichos suele pasar inadvertida para gran parte de la gente. Son toros que a veces parecen querer comerse el engaño, que a veces se paran en seco o gazapean entre pase y pase, que en ocasiones parecen desentenderse del matador en turno buscando conocidos en el tendido y que a veces lo miran amenazadores como advirtiéndole: ¡Cuidado y sigues molestándome! Así el asunto, Nazaré no pudo encontrarle la cuadratura al círculo y su labor tuvo como colofón las tibias palmas que oyó al liquidar al sexto.