En la 5ª de la Feria de Abril se lidiaron toros de Cuadri de juego muy pobre excepto el tercero y de estampa preciosa. De la terna destacó Castaño en el segundo y algo de Aguilar en el tercero.

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Sexta de abono. Media entrada en tarde soleada. Toros de Hijos de D. Celestino Cuadri, bien presentados, de poco juego, salvo el tercero. Saludó David Adalid tras banderillear al 5º.

Antonio Barrera (de turquesa y oro): silencio tras aviso y silencio. Javier Castaño (de celeste y oro): saludos tras aviso y silencio. Alberto Aguilar (azul pavo y oro): saludos tras aviso y silencio tras aviso.

Carlos Crivell.- Sevilla

La vuelta de Cuadri a la Feria de Abril no añadirá ni un gramo de gloria a la divisa de Trigueros. Hablamos de juego. Si se valora la presentación, los seis toros de Fernando Cuadri fueron de estampa irreprochable, largos, lustrosos, bien encornados, muy en el tipo de la casa. Por fachada, máxima nota. Sin embargo, de los toros de lidia se espera mucho más. Por su presencia valen para un museo. Se espera que su juego sea propio de reses encastadas, bravas mejor que mansas, codiciosas y agresivas. Ninguna de estas virtudes adornó al encierro de Cuadri, cuya vuelta a la Maestraza ha sido poco afortunada.

La plaza volvió a ser tomada por un selecto grupo de aficionados expectantes por gozar con el juego de estos famosos toros. A la corrida se la trató como si fuera un tentadero, algo que hace las delicias de los entendidos. Está bien, pero cuando lleguen los toros de los carteles de relumbrón hay que exigirles a los toreros que los lidien de forma similar. Algunas reses se pusieron varios metros por detrás de la segunda raya, cuando ya habían cantado que no eran bravos. A los picadores se les exigió, con acierto, que movieran el caballo y levantaran el palo. Se espera que con las próximas corridas el público se exprese de la misma forma.

No es agradable cantar el fracaso de una ganadería tan particular. Y menos cuando su propietario es tan escrupuloso como Fernando Cuadri. No hay más remedio. Una cosa es la realidad y otra el deseo. La corrida, muy hermosa, careció de casta. Es la pura y dura realidad. Ponerle paños calientes es un engaño. Es evidente que esta divisa tiene poca suerte en Sevilla. Lo bueno es que en la finca hay casta buena como ha demostrado ya en múltiples ocasiones.

La terna de ayer era experta. Antonio Barrera está curtido en mil batallas. Javier Castaño tomó la alternativa hace once años. El más joven, Alberto Aguilar, comienza su séptima temporada como matador de toros. Esta experiencia no fue suficiente para solventar los problemas de la corrida. No es cuestión de poner reparos a la terna, que se fajó en busca del triunfo. A la corrida se la lidió mal, las cuadrillas anduvieron más atentas a su defensa que a mejorar el juego de las reses y a todas se las toreó en el tercio. El viento molestó, pero el toro de Cuadri de las rayas adentro peso mucho. Y eso también le quitó brillantez a su juego. Pero no hay que andarse por las ramas. Entre los que se pararon, los que se defendieron y los que no humillaron, el festejo se limitó a un concierto de buena voluntad.

El interés por ver a Javier Castaño en esta nueva etapa no tuvo el refrendo esperado. Es más, Castaño volvió a mostrarse encimista como en otros tiempos. Tal vez no tuviera otro camino. Estuvo bien con el primero de su lote, segundo de la tarde, aunque el comienzo de la faena fue un concierto de toques violentos para desplazarlo en exceso. Siguió con pases sin ligar muy cerca del toro. Se quedó muy quieto entre los pitones como prueba de valor. Con el quinto, al que toreó de muleta con la montera puesta, toro que no quería fiesta por el lado izquierdo, volvió a torearlo en cercanías, ahogó sus arrancadas, le echó mucha voluntad, pero ese encimismo no gusta mucho en la Maestranza.

La pequeña estatura de Alberto Aguilar contrastó de forma llamativa con el volumen del castaño sexto. Ese toro fue una gran desilusión. Entre tanto toro guapo el llamado Mediador era para ponerlo en un marco. Era más alto que Aguilar.  El chaval madrileño, curtido en todas las guerras taurinas del mundo, sacó oficio para robarle pases a un toro de viaje corto y gañafón rápido. No hay nada que objetarle, pero sus maneras y el trazo rápido de sus pases no son precisamente los de un exquisito.
Ya lo había dejado claro en el tercero, otro animal que no admitió ni uno por la izquierda, y con el que Aguilar anduvo pleno de voluntad y velocidad. Le bajó la mano y sacó algún pase suelto estimable. Esa mano baja que no funcionó en el sexto.

Antonio Barrera se fue de vacío. Se diría que no fue su mejor tarde. El que abrió plaza se paró pronto; el muy hermoso cuarto se defendió con la cara alta. Muy mal lote el de Barrera. El torero acusó en su ánimo esta mala suerte y se afligió algo más de lo esperado. Como remate de la tarde, todos anduvieron mal con la espada y con el descabello. Es un síntoma. Nada menos que veintitrés descabellos para despachar la corrida. Así se explica que para ver a seis toros de bella estampa, se tardara cerca de dos horas y media.

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