Álvaro Pastor.- A un toro, ya esté en la plenitud del campo, en la clausura del corral o en el momento definitivo de la plaza hay que mirarle bien todo (pitones, tipo, mirada, remate, morfología, pechos, culata, reacciones, constitución, hasta los andares) menos el peso. Los kilos solo le interesan al que ha comprado las canales, a los amantes de las estadísticas y a los que confunden báscula con trapío. Por eso las dos reses más serias del encierro portugués de Palha fueron precisamente las que menos pesaron, apenas media tonelada, pero eran dos toros hechos y derechos –quizá los mejores presentados en lo que va de temporada-, que ya de salida infundieron admiración y respeto en el respetable, y una aflicción desmedida entre las gentes de oro, plata y azabache. La corrida en general no fue buena, si bien mantuvo en todo momento el interés del aficionado, que en los tiempos que corren ya es mucho. Y aunque el fado no se baila, los toreros zapatearon más de la cuenta.
Y vamos a contar verdades, como es norma en esta grada. El Fundi no tuvo, ni de lejos, su día. Es verdad que si antes de dar un capotazo el pitón del toro ya te ha señalado la cara, estando incluso tras la contera del burladero, esta no es la mejor forma de comenzar una tarde en la que sólo el nombre de la ganadería impone, cuanto menos, preocupación. Antes era aún más fuerte la cosa: terror y pavor, pero la globalización –que hace tiempo llegó al toro vía encaste Tamarón-Domecq- va a terminar con todo. El diestro de Fuenlabrada abusó de los pases hacia fuera y no entendió al cuarto, que tras una buena pelea en varas murió con espectacularidad, lo que propició una ovación en el arrastre seguida de un silencio indiferente para el matador.

Salvador Cortés estuvo razonablemente bien con el tercero, pero podía haber estado bastante mejor, lo cual hubiera tenido mucha importancia –no sé si trascendencia empresarial, que nunca ha tenido fáciles las cosas el sevillano en el mundo de los despachos-, sobre todo por el tipo de animal que tenía enfrente. A Sergio Aguilar la corrida le vino demasiado grande. Torear es mucho más que dar mantazos sin ton ni son allí donde el toro quiere ir. Sus fallos de colocación, de atención ante los reiterados avisos de los cornúpetas, y la manía de quedarse destapado ante ejemplares que aprenden rápido, le costaron dos soberanas palizas de las que milagrosamente salió ileso. Las estampas que reparte una señora a los matadores en la calle Iris debieron surtir efecto.

Foto: Álvaro Pastor

Texto publicdo en El Mundo el 22 de abril de 2009

 

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