Carlos Crivell.- Espectáculo grandioso de toros y toreros el que vivió la Maestranza en la sexta del abono. Tarde de toros encastados con distintas posibilidades para el toreo, desde el imposible segundo, una alimaña, hasta la bondad encastada y enclasada de Patatero, hijo de Cobradiezmos, que podría haber seguido el camino de su padre si hubiera tenido algo de más chispa en su embestida. Dentro de esa gama de toros, todos ellos precisaban de lidiadores capaces, valientes, poderosos y, en ocasiones, artistas. Y esos lidiadores se citaron en la plaza para responder con sus armas toreras a la emoción del toro, de forma que al final se conjuntó un espectáculo único que tenía como fundamento la verdad del toro. No hay otro camino para que una corrida sea capaz de generar afición, que durando tres horas no aburra a nadie, que sea capaz de mantener a todos los espectadores en la plaza sin que nadie huyera de la misma camino del Real de la Feria para la cena del alumbrado. Es el camino de la verdadera regeneración que tiene esta maravillosa fiesta de los toros.

Dentro del crisol de toros diferentes, Patatero, llenó la plaza con su presencia. Apenas 505 kilos y cinco años cumplidos. Escribano lo saludó con una larga a portagayola y, ya enhiesto, lanceó con impecable estilo. Se dejó pegar en varas el de Victorino. Escribano colocó tres pares de banderillas poderosos y de buena colocación. Parece que ha renunciado al par al quiebro en las tablas, pero ahora se reúne con mayor precisión y clava más reunido.

La faena a Patatero fue de cocción lenta. La primera tanda con la derecha fue buena. Cuando le exigió por la izquierda, el toro dobló las manos, pero los naturales surgieron largos y con un temple de impresión. El toro tenía unas teclas precisas, Escribano las buscó y las encontró. No se le podía dar ni un tirón, tampoco tocarle con fuerza, y ahí surgió la inmensidad de una faena en la que los muletazos con ambas manos se sucedieron con el de Victorino embistiendo al ralentí, a cámara lenta, a una muleta mecida con suavidad con tacto y manos de orfebre del torero de Gerena. Así llegó la explosión final, primero sobre la derecha con un cambio de manos y uno de pecho de varios minutos de duración. Escribano sabía de las limitaciones de Patatero. Tenía que ayudarlo más y le dio todo el oxígeno posible entre tanda y tanda. Otra cumbre de ritmo y armonía con la derecha, tirando del toro con suavidad extrema, de pulso infinito, todo rematado de manera lenta, sublime, con muletazos de una belleza única. Patatero encerraba el don de la nobleza, pero necesitaba un artista para moldear su clase. Y, cosas del destino, fue Manuel Escribano, tan discutido por algunos, tenido solo por “ese buen profesional”, el que esculpió una obra de arte de calidad al alcance de pocos matadores. Emborrachado el torero, entregado el toro, conmocionada la plaza, lo mató de una estocada en la que fue a morir sin reparos. Otro torero de Gerena con las dos orejas en las manos, la gente exultante de locura porque habían presenciado el encuentro de un toro de fantasía con un torero prodigioso.

No solo fue la lidia del quinto, porque hubo más emoción en la tarde. El Cid ha vuelto como si no se hubiera marchado de los ruedos. La mano izquierda sigue tan templada como siempre. El primero de la tarde fue noble y soso. El de Salteras hizo una faena larga sobre ambas manos con momentos de toreo bueno, largo y ligado, con nota especial para los de pecho. Fue una buena faena sin la emoción de un toro más vibrante. Con el cuarto, que salió haciendo surcos por el albero con su hocico, toro encastado y noble, que permitió el lucimiento de Lipi con un quite providencial de Emilio de Justo, reapareció de forma definitiva la mano izquierda más poderosa del toreo. Muletazos largos, templados, rematados por debajo de la pala del pitón, con la panza de la franela limpiando el albero. La tanda que cerró la faena fue como las del mejor Cid de todos los tiempos. Paseó la oreja que hacía justicia a su vuelta y que le abre las puertas de otras plazas. A su proverbial y reconocida clase, El Cid le ha añadido el poso de la veteranía, madre de toda la sabiduría.

Habíamos presenciado con el alma en vilo la lidia del segundo, la alimaña de la tarde, al que Escribano le plantó cara con gallardía y un valor escalofriante. Sorteó hachazos y sus tobillos salieron indemnes cuando el torito cárdeno buscaba la anatomía del torero. La misma estocada fue un momento de emoción incontenida, cuando Escribano se encunó para enterrar el estoque. Un toreo macho en la mayor expresión de la palabra.

Y macho también Emilio de Justo. Saludó al tercero con lances con la rodilla genuflexa antes de dedicarle su faena a El Cid. El toro tenía un buen pitón izquierdo y reponía por el derecho. Emilio toreó con calidad por el lado bueno, por el que lo esperó y lo enganchó en la franela, y lo sometió por el malo. Fue una faena de calado profundo para los buenos entendidos, rematada con una estocada casi perfecta. El sexto, en apariencia poco toro, fue un animal encastado y muy complicado. Se protestó por una aparente cojera en los primeros tercios, pero se vino arriba y presentó sus credenciales de toro fiero en la muleta de un torero dispuesto a todo, capacitado por su buena técnica y su valor, dotado de un buen sentido del toreo, en una faena emocionante, que fue capaz de mantener en la plaza a todo el mundo hasta que De Justo lo mató a la tercera entrada. Qué reaños de torero, que manera tan cabal de jugarse la vida para buscar la gloria.

Qué corrida señores. De las que hacen afición de verdad, de las que no se olvidan. Solo faltó un detalle. A la muerta del quinto, Manuel Escribano debió invitar al ganadero y a sus compañeros a dar una vuelta al ruedo, como se hacía en los viejos tiempos cuando una corrida era triunfal por el juego de toros y toreros.

Plaza de toros de Sevilla, 22 de abril de 2023. Sexta de abono. Casi lleno. Seis toros de Victorino Martín, correctos de presentación, encastados con movilidad y diferentes grados de nobleza. Muy complicados 2º y 6º; con buen pitón izquierdo, 3º y 4: de clase excepcional, el 5º, de nombre Patatero, nº 69, cinqueño de 505 kilos, premiado con la vuelta. Una corrida de toros emocionante.

El Cid, de tabaco y oro. Estocada corta trasera y un descabello (vuelta al ruedo). En el cuarto, estocada trasera (una oreja).

Manuel Escribano, de verde botella y azabache. Estocada trasera (saludos). En el quinto, estocada (dos orejas tras aviso).

Emilio de Justo, de corinto y azabache. Estocada (una oreja). En el sexto, dos pinchazos y estocada caída (saludos tras aviso).

Saludó en banderillas Lipi, a quien Emilio de Justo hizo un enorme quite providencial en el cuarto. El Cid saludó una ovación tras el paseíllo. De Justo brindó su primer toro a El Cid. Escribano brindó el quinto a Antonio Sanz, consejero de Presidencia. La corrida duró 3 horas.