López Simón_hombros2016Gastón Ramírez Cuevas.- Si bien es cierto que el lote que sorteó Castella no era como para echar las campanas al vuelo, también es justo decir que los toros que le correspondieron a López Simón tampoco traían las orejas prendidas con alfileres, pues se parecían mucho a los del primer espada. La diferencia la marcaron dos cosas: primera, la actitud del segundo espada, y segunda, la espada de López Simón.

Pasemos a relatar brevemente lo hecho por el diestro francés. Castella se enfrentó en primer término a un toro que amenazaba con claudicar en todo momento. La faena de muleta fue toda a media altura y sin ajustarse. Por razones que aun me rebasan, la música acompañó parte del anodino trasteo.

El segundo de Sebastián fue noble pero nada bravo y muy falto de fuerza. Ahí el de Béziers se gustó en su característico toreo de expulsión. Un amigo del tendido dijo con guasa durante el soporífero numerito que Castella estaba toreando para sí mismo, pues nadie más estaba interesado en su labor.

Ya en el quinto el navío del francés había naufragado. Ese toro se echó en plena faena varias veces, quizá aburrido de tantos telonazos lejanos. Ahí acabó la gesta de Sebastián Castella, cuya demostración taurómaca merece que alteremos unas líneas de Jorge Luis Borges: “Su actividad en el ruedo fue continua, versátil y del todo insignificante.”

Lo bueno, lo memorable, lo digno de encomio fue lo hecho por Alberto López Simón. Pasaremos por alto su actuación en el segundo, un toro incierto con el que no pudo lucir pese a su aguante.

Salió el cuarto, un toro igual de débil y soso que sus hermanos. Las dos primeras tandas de derechazos fueron muy buenas, con el torero madrileño ajustándose de verdad y corriendo la mano. Luego el astado pareció apagarse, pero sorprendentemente López Simón pudo arrancarle tres tandas de extraordinarios naturales en un palmo. Hubo por ahí un pase de la firma con la zurda que me encantó. Alberto se perfiló en corto y se tiró a matar prácticamente sin usar la muleta, sin vaciar casi. La estocada fue de efectos casi inmediatos y la gente pidió y obtuvo la primera oreja para el valentísimo López Simón.

El sexto parecía ser no el torito de la ilusión sino el torote de la decepción. El débil animalito de 590 kilos de peso parecía haber dado de sí en el quite que hizo Fernández Pineda, el sobresaliente, quien por cierto pegó una media verónica fascinante.

Vinieron los muletazos de López Simón, quien se queda siempre más quieto que La Giralda, pasándose al toro por la faja, algo que al parecer es la especialidad de la casa, pero el morlaco no parecía poderse tener en pie ya mucho rato. Con el toro muy cerca de tablas y cuando el cónclave estaba ya dispuesto a irse a casa con la pena de no haber visto más toreo del bueno, López Simón se inventó unas tandas de derechazos inverosímiles, sin perder un solo paso entre muletazo y muletazo, toreando siempre sin enmendar. Hubo un desplante muy torero, en el que Alberto tiró la sarga y se fue de la cara del cornúpeta, y hasta manoletinas que le pusieron la carne de gallina a más de uno. La estocada fue portentosa por la entrega, el arrojo, la técnica y la eficacia. La segunda oreja de la tarde fue a dar al esportón de Alberto y vimos salir a hombros a un torero que lo reconcilia a uno con el arduo calvario que conlleva el ser aficionado a los toros.