Corrida histórica en la Maestranza con una buena corrida de Cuvillo, el indulto del tercero, de nombre Arrojado, por José María Manzanares que cortó cuatro orejas y salió por la Puerta del Príncipe. Morante, bien con el capote y mal Aparicio.

Plaza de toros de la Maestranza. Sábado, 30 de abril de 2011. Séptima de feria. Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, incluido el feo y pegajoso sobrero (2 bis), de diferentes hechuras y buenas caras, alguno en el límite; el extraordinario 1º encarnó la perfección en todos los registros; indultado el bajo y terciado 3º por su clase; el 4º no pasó el desproporcionado castigo del caballo; el zapato 5º, dañado y desfondado, se paró a plomo; estupendo el más lavado 6º.

Julio Aparicio, de azul pavo y oro. Puñalada (pitos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada desprendida (pitos).

Morante de la Puebla, de verde esperanza y oro. Media estocada habilidosa y tendida y descabello (saludos). En el quinto, pinchazo hondo y dos descabellos (silencio).

José María Manzanares, de azul turquesa y oro. Dos orejas simbólicas. En el sexto, estocada (dos orejas). Salió por la Puerta del Príncipe.

Carlos Crivell.- Sevilla

Se manifestaron los antitaurinos, pero hay un Dios del toreo que ayer quiso darles una lección. Mal día eligieron, porque ayer se escribió una página de oro de la historia del toreo en la Maestranza. Algunos deberían haber presenciado la orgía torera que se vivió en el coso del Baratillo, porque es posible que se hubieran percatado de la grandeza de la tauromaquia, capaz de perdonarle la vida a un toro y poder ver torear como lo hizo Manzanares. Fue una borrachera de torero y de bravura. Es la mejor promoción de la Fiesta.

Ahora queda la discusión sobre la justicia del indulto del toro «Arrojado». Si alguien tiene un baremo objetivo para saber si el de Cuvillo mereció el indulto que lo diga. Sólo cabe decir que tomó dos varas de bravo en el caballo de Chocolate, que embistió por derecho en los soberbios pares de banderillas de Curro Javier, para acabar embistiendo con nobleza y suavidad cuantas veces le citó el torero. Un toro de calidad suprema, para algunos demasiado dulce y falto de algo de chispa; otros podrán recordar un amago de rajada ya muy al final. Se indultó, no es momento de cargar contra el presidente, porque la plaza era un clamor. Y si no merecía el indulto, la plaza se equivocó, pero la mayoría de los presentes saltaban de gozo ante la maravilla de «Arrojado» embistiendo hasta el final.

Para que un toro tan bueno pueda embestir de semejante forma debe tener delante un torero pleno de inspiración. Manzanares se ha consagrado definitivamente en Sevilla como gran figura. Sus muletazos fueron una sinfonía encadenada de ritmo, elegancia, cadencia y profundidad. Y qué despacito todo. Se emborrachó de torear bien y la plaza bebió del líquido embriagante. Toda la plaza estaba transportada, así que sobran discusiones sobre el indulto. Sevilla vibró de emoción con un toro y un torero. Si algún antitaurino lo hubiera presenciado, si es que tiene un mínimo de sensibilidad, habría saltado de alegría al ver que un toro se ganaba la vida en el ruedo y que el arte grande del toreo es una manifestación única en el mundo.

Manzanares siguió en el mismo plan con el sexto, otro excelente astado, al que también toreó con una lentitud pasmosa en tandas con ambas manos que quedaron marcadas a fuego para siempre sobre la Maestranza. Tarde cumbre del alicantino que pudo nacer en Sevilla; también tarde de entronización para Núñez del Cuvillo, que cuatro años después demostró los motivos por los que la afición pedía su vuelta a la plaza sevillana.

Tres toros de máxima categoría, primero, tercero y sexto. El segundo titular, devuelto por flojo; el sobrero, con menos fuerzas que el devuelto; el cuarto y el quinto, muy parados. Cuvillo ha roto una barrera soñada. El último indulto en al Maestranza data de 1965, el novillo «Laborioso» de Albaserrada por Rafael Astola. ¿Toros indultados? Es posible que «Arrojado» sea el primero. Sólo por ese detalle, la historia del toreo escribió ayer una nueva página de gloria sobre el albero de mayor prestigio, el de la Maestranza.

A Morante no le tocó ningún toro bueno. Ya tenía ganas el de La Puebla de cuajar uno en su plaza. También es mala suerte. El sobrero, justo de fuerzas, y el quinto, sin recorrido. Los gestos del matador en este quinto eran expresivos, mitad enfado, mitad desesperación, al ver que no le devolvían el toro a los corrales.
Dejó dos verónicas y media en el quite al primero que fue amenizado por la música. A Morante lo quieren en Sevilla, es su plaza. A partir de ahora tiene que compartirla con José María Manzanares, desde ayer definitivamente sevillano hijo adoptivo por obra y gracia de un torero celestial.

Por delante Aparicio. Decían que no vendría a Sevilla. La pregunta es si estuvo en la plaza. Sí era el torero de azul que se dejó escapar un toro de gran calidad como el primero. Decían que se caía del cartel. Como si se hubiera caído, aunque mató dos toros.

Jornada para la historia. El tópico puede funcionar. La gente salió toreando de la plaza, Cuvillo demostró su categoría ganadera, Manzanares paró el tiempo con su muleta. Se fue a hombros por la Puerta del Príncipe y junto a él se iba todo el toreo, que ayer demostró a los irracionales que no nada hay más racional y hermoso que un gran toro y un enorme torero.

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