Juan Manuel Albendea.- La expectación que tradicionalmente han despertado las corridas de Victorino, se vió ayer refrendada por un lleno en la Maestranza. Pese a que no teníamos buen recuerdo de la pasada feria, la confianza en este hierro se mantenía. Pero después de lo de ayer, la esperanza se irá perdiendo, ya que el juego de la corrida entera no tiene nada que ver con lo que históricamente, pero no el siglo pasado, sino hace pocos años, era proverbial en este hierro.

Los toros estaban bien presentados, salvo el sobrero. Por cierto: el sobrero estaba anunciado como de Victorino, pero, ¿era realmente de la misma ganadería?. No se le veía el hierro, ni el número, ni el año de nacimiento. Además, se anunciaba en el programa de mano como marcado con el número 7, cuando el resto estaban marcados con el 122, con el 96, y demás números por encima del 30. No digo que Victorino no fuera el propietario, lo que tengo es seria duda de que fuera del famoso encaste de Albaserrada. Y si era de otra ganadería de su propiedad, ¿cómo llevaba la divisa azul y encarnada?.

Los toros con el caballo no dieron mal juego. Tomaron las varas con fijeza, aunque algunos fueron muy tardos a la hora de acudir al caballo. En general fueron toros muy parados, y los que no lo eran dieron pocas facilidades a los toreros. Ello no justifica la lamentable actuación de El Cid. Con la de veces que le hemos visto triunfar en La Maestranza. No se trata de que no quisiera torear, es que no podía quedarse quieto, era superior a sus fuerzas. Ha perdido el sitio que tan brillantemente había exhibido antes. No es algo insólito en esa profesión. A lo largo de la historia, por circunstancias que sólo los interesados conocen, se produce un cambio radical en su visión de la faena. Para mal, claro está, y después al cabo de unos meses o de unos años, se recupera y vuelve por donde solía. ¡Ojalá eso ocurra pronto!.

¿Qué novedades podemos ofrecer de la actuación de Antonio Ferrera?. Nada nuevo, aunque sí constantes positivas: su voluntad de triunfo, sus facultades físicas, puestas de manifiesto en el tercio de banderillas, su valor, las cuales no fueron suficientes para el triunfo. Arriesgó mucho en su primero, en un par por los adentros, que desde el tendido veíamos claro que entre el toro y las tablas no había salida. Salió prendido, afortunadamente sin consecuencias y tras incorporarse se fue corriendo hacia el toro para hacerle un desplante. La plaza se lo agradeció.

César Jiménez quizás fue el que puso más voluntad, pero tampoco tenía género. Muletazos sobre ambas manos en su primero, de cierto empaque, que provocó que sonara la música, pero poco más. El sexto tenía más peligro todavía. No hubo tampoco quites. Esa costumbre de llevar al toro a la estación de espera, mientras llega el picador es una nefasta costumbre que ya ha arraigado tanto, que será difícil desterrarla. ¿No es un buen momento para lucirse con algún que otro quite, en lugar de estar los diestros como pasmarotes en el platillo esperando a que llegue el picador?
 

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