Juan Manuel Albendea.- Será difícil encontrar otro día de toros en La Maestranza en el que de la ilusión y la expectación se haya pasado en dos horas al desencanto y a la decepción. No me da pena de los que, según dicen algunos medios, han pagado mil euros por una entrada para el festejo de ayer. Me da pena de los que llevamos aguantando ocho festejos, sin que hayamos salido ni una tarde toreando por el paseo de Colón. ¿Cómo es posible que un encierro del ganadero de Galapagar fuera el año pasado premiado como la mejor ganadería de la feria y este año, no se haya podido ovacionar ni una sola de las seis reses lidiadas?. Sin embargo, es obligado hacer una precisión. Los toros de ayer no han servido para hacer el toreo del bueno, que saben interpretar Morante y El Cid. Sin embargo, en todo momento, ha habido emoción en la plaza, por las dificultades que presentaban los toros. Ninguno fue un toro bobalicón, o que huía como alma que lleva el diablo. El encierro tuvo casta, lo que no tuvo es bravura y nobleza. Y torear toros encastados, sin nobleza, al público y, supongo que aún más a los toreros, les pone un nudo en la garganta, difícil de superar.

Algunas cosas quedan para el recuerdo: las verónicas de Morante en el quinto, ganando terreno desde las tablas al platillo de la plaza, que merecieron el honor de la música de la banda del Maestro Tejera. La competencia en el tercio de varas del cuarto toro entre las hermosas verónicas de El Cid y el quite por delantales de Morante. También para el recuerdo, una sinfonía por naturales de El Cid en el cuarto toro, hasta que éste empezó a gazapear y allí se acabó todo. Para un mal recuerdo, que ojalá se le olvide pronto al protagonista, fue la cogida de El Cid en el sexto toro, que, sin duda alguna, le restó facultades para la faena de muleta, aunque el toro era un malage al que ningún diestro le hubiera cuajado faena.

El pasado año salimos encantados de la corrida de Victorino. Se le dio a un toro la vuelta al ruedo, recibió todos los premios habidos y por haber por el encierro en la que se despidió Pepín Liria. Este año, ni una sola ovación. ¿Cómo es posible una evolución tan radical en el comportamiento, sí, seguramente, los del año pasado y los de éste, son hijos de las mismas vacas y los mismos sementales, con un año de diferencia.? Sería necesario escribir un tratado de etología para explicar tan distinto comportamiento en unos seres genéticamente tan similares.

Como los aficionados a los toros estamos obligados a defender la fiesta y mantener la ilusión de la masa que es esporádicamente asistente a las corridas, no tenemos más remedio que alentar una vez más la esperanza de que la corrida de esta tarde va a ser excepcional.

A %d blogueros les gusta esto: