Blanda y descastada la corrida de El Pilar en la 8ª de Feria en Sevilla. Daniel Luque cortó una oreja al sexto sin grandes méritos. Perera afanoso y deslumbrante con el capote Morante, de nuevo.

Plaza de toros de la Maestranza. Miércoles, 17 de abril de 2013. Octava de feria. Lleno. Cinco toros de El Pilar, cinqueños todos menos el  4º. De bonitas hechuras y poca cara. Mnasos y sin fuerza en general. El sexto, de Moisés Fralie, fue devuelto y salió uno de Parladé, justo y noble. 

Morante de la Puebla, de caña y oro. Pinchazo y media estocada desprendida (saludos). En el cuarto, estocada habilidosa y descabello (silencio).

Miguel Ángel Perera, de grana y oro. Estocada caída (saludos). En el quinto, pinchazo, metisaca y estocada (silencio).

Daniel Luque, de obispo y oro. Estocada pasada y desprendida y tres descabellos (saludos). En el sexto, estocada fulminante (oreja).

Carlos Crivell.- Sevilla

La felicidad taurina llega con una orejita en el último minuto. No importa si la oreja es merecida, nadie juzga el juego del toro, mucho menos se entra en detalles sobre si el lidiador ha sacado el mejor partido al burel, como tampoco parece obligatorio que haya habido toreo brillante por ambos pitones. Lo que parece que importa a la masa es salir de la plaza pudiendo contar que se ha cortado una oreja.

La oreja en cuestión fue el epílogo de una corrida mala de campeonato. La cortó Daniel Luque en el sobrero sexto, marcado con el hierro de Parladé, un toro inválido y noble que medio se dejó torear por el pitón derecho y al que Luque mató de una buena estocada. Si una estocada puede valer una oreja, queda admitido el trofeo. La faena no fue de oreja ni nada parecido, pero la plaza estaba ya en estado comatoso cerca de las nueve de la noche después de haber soportado una corrida sin argumentos del hierro de El Pilar. El personal quiso justificar su día en los toros y se mostró muy cariñoso con el torero de Gerena, hasta el punto de que se formó un escándalo porque la música se mostraba remisa a tocar un pasodoble. Por una vez llevaba razón el maestro, no había motivos para tocar nada. No hay nada que contente más a la masa taurina que la música y una oreja. Querían música a toda costa. Cuando ya, a los ocho minutos de haber comenzado la faena, dio la orden, se armó la marimorena. Hasta Daniel Luque le dijo que dejara de tocar, cosa que no hizo la banda. En fin, un galimatías impropio de una plaza seria como la de Sevilla.

Daniel Luque se enfrentó a un toro sin fuerzas, muy noble, avacado de hechuras y coceador en el caballo. El animal se mantuvo medio en pie en una faena a media altura por la derecha. Luque creció en las tandas finales; la mejor fue la última. Cuando se la puso por la izquierda no logró centrarse. La estocada fue buena. La oreja, un regalo impropio de este señorial y prestigioso coso. De esta forma, algunos pudieron salir felices. La felicidad taurina llega con un pasodoble y una oreja. A casi nadie le importa si esos premios tiene algún fundamento.

La corrida fue insoportable. Vaya con lo de El Pilar. No cabe un toro más insípido, carente de fuerzas; mansos, la mayoría y descastados en todo momento. Pero que nadie se engañe. Este toro se deja torear en la muleta, claro está que sin que haya ninguna emoción. Así las cosas, los matadores se cansaron de darles pases por un lado y por otros sin que en ningún momento el tendido despertara del letargo.

Morante toreó mucho y bien a la verónica al primero. Perera entró en su turno de quites para intentar lucirse con gaoneras tropezadas. Morante se picó y se fue a torear a la verónica como solo está al alcance del genio de La Puebla. De nuevo la plaza se llenó de la magia y el embrujo de su toreo único y especial. Con la muleta no fue posible.

El cuarto, brindado a Francisco Rivera Ordóñez, fue otro toro sin clase ni fuerzas. Morante lo intentó. No hay nada más cansino que ver a un torero de esta clase intentando provocar la arrancada de un toro medio muerto.

Perera se fue a portagayola en los dos toros. Definitivamente, como moda del año, todos los toreros se van a portagayola. En ambas ocasiones, la larga surgió limpia. Hizo una faena larga y templada al muy soso y nobilísimo segundo. Parece mentira que un torero pueda estar en la cara del toro diez minutos toreando con buen estilo y ello no trascienda al tendido. El quinto era, para variar, otro inválido. No se entiende cómo la cuadrilla del extremeño no forzó la caída para mandar el toro a los corrales. Perera lo pagó en una faena imposible ante un animal muy flojo. El trasteo fue, de nuevo, muy largo. En la tarde de hoy debe cambiar la suerte.

Y para inválido, el tercero, un toro en el límite de lo que debe permitirse en Sevilla. Tampoco la cuadrilla de Luque quiso bajar los engaños. Sin embargo, el presidente no debió consentir la lidia de este animal completamente inútil. Daniel Luque se estrelló con el de El Pilar que besó el albero de forma continuada. La imagen de este toro, siempre trastabillado, fue la nota culminante del borrón que esta divisa salmantina ha puesto este año en su relación con Sevilla.

En resumen, que salió el sexto, de Moisés Fraile, y también se derrumbó. Ya el palco no tenía excusas. La corrida se paró con la devolución premiosa del toro, salió el de Parladé, muy justo de trapío, noble, también inválido, que permitió que la plaza se sintiera feliz y un torero pudiera cortarle una oreja. Fue un trofeo de consolación que no puede justificar ni tapar toda la miseria que rodeó a esta corrida del miércoles de farolillos. Para el buen aficionado, un trofeo tan poco consistente no puede ser motivo de felicidad taurina. La banda de música tenía ayer razón.

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