José Luis Garrido Bustamante.- Ya era hora. Salió con ganas. Sabía que el cerrojo estaba en sus manos prodigiosas.Y lo descorrió . Las dos pesadas hojas de la Puerta del Príncipe se abrieron para darle paso y culminar un festejo que presidió la infanta Elena desde el palco real y en el que los elementos se dieron cita para convertir la tarde en incómoda, desapacible y fría.

Julián López, cada vez más maduro, mas dominador y más sabio, fue escalando peldaño a peldaño desde que apareció sobre la arena su primer enemigo y tocó la gloria de la fama aupado por una multitud entusiasta. Llegó al cielo en esta tarde infernal.

El presidente convocó a los matadores antes de empezar la corrida y les recordó que, según el Reglamento, si se hacía el paseillo había que llegar al final y los tres coincidieron en que había que echarse pa´lante. Casta torera, si señor. Y, a partir de ahí, el festejo discurrió entre una serie de chubascos encadenados que no se reflejaron en el estado aparente del albero de la plaza, con un peligro sordo parecido al que manifestaron algunos de los astados que se lidiaron.

La tarde, en lo positivo, fue para el Juli con una oreja en su primero y dos en el segundo.Y en lo negativo para el reaparecido presidente Francisco Teja, receptor de una sonora bronca, por no sacar el segundo pañuelo cuando dobló de un certero estoconazo el primero de El Ventorrillo.

Claman algunos espectadores por la instalación de un servicio de megafonía en la plaza. Si alguna vez se alcanza este complemento modernista, me atrevo a sugerir que le pongan un micrófono al usía desde el que pueda explicar la razón de alguna decisión incomprensible.

Y que sirva también con el objeto de pedir al empleado que abre la puerta del patio de caballos permitiendo la salida de los picadores que no debe hacerlo, aunque haya sonado el clarín, hasta que deje de torear de capa el espada de turno.

Lo malo es que algún que otro ocupante del palco presidencial suele mostrarse tan apresurado para enseñar el pañuelo que ordena la irrupción de los montados como remiso en la concesión de orejas, incrédulo tal vez de que haya toreros que son capaces de ganarlas a pares. El Juli, por ejemplo.