Otra corrida sin brillo con toros de El Torreón muy flojos y sólo el ardor juvenil de Daniel Luque como hecho destacado. Ponce y Manzanares, desmotivados.
Seis toros de El Torreón, correctos de presentación en líneas generales, faltas de raza, flojos y sosos. Mejor el segundo; el sexto, con genio.
Enrique Ponce, palmas y silencio.
José María Manzanares, saludos tras aviso y silencio.
Daniel Luque, palmas y saludos tras dos avisos.
Sevilla. Viernes 24 de abril. 8ª de Feria. Lleno de ‘no hay billetes. Saludó tras parear al quinto Curro Javier y Curro Robles en el 6º, haciendo sonar la música. Destacó en varas Chocolate, en el quinto.
Carlos Crivell.- Sevilla
En una corrida penosa por su falta de casta y su abundante sosería, el sexto desarrolló genio y mansedumbre. Daniel Luque, inédito aún de matador de toros en la Maestranza, le plantó cara en su faceta de torero valiente. No le quedaba otra. Luque es un torero dotado del arte, pero si el toro no embiste cuando se tienen diecinueve años, debe ser el diestro el que lo haga.
El de Gerena le plantó cara al manso con la inocencia de su juventud en flor, le buscó las vueltas como si le fuera la vida y se jugó el físico como deben hacer los toreros que quieren la gloria.
Los muletazos fueron intensos más que suaves, cada acometida del toro era un toma y daca, pero allí estaba el chaval. Como toro sin clase, cuando le pudo alguna vez por abajo, el animal huyó a otros terrenos. No había templanza, simplemente había mucho arrojo para que la tarde, ya irremediablemente hundida, no se hundiera de forma definitiva. Daniel Luque plantó su figura torera y deja su prestigio en alto ante la próxima corrida en la Feria.
El ganado propiedad de César Rincón fracasó. Otra corrida inservible por su descarada falta de casta, sus aborregadas embestidas, su nula pujanza y fuelle para repetir las acometidas.
Pero siendo así la corrida, algo aparente para el menos entendido, la realidad es que los maestros del cartel se mostraron muy conservadores. Ponce aburrió en sus dos toros, a pesar de mostrarse fácil y seguro. El sopor llegó a su máxima expresión en el cuarto, al que se entretuvo en darle una infinidad de muletazos corrientes que llegaron a desesperar a buena parte del tendido. Cuando tras algunos pases sin emoción parecía que ya se iría por la espada, el de Chiva volvía a citarlo en una labor capaz de aburrir a las ovejas. El magisterio, que Ponce posee sin ninguna duda, también es sentido de la medida. Pero este gran torero no conoce esa virtud.
Con el primero, toro que no era toro, más bien borrego dulce y empalagoso, los pases de Enrique se sucedieron en una secuencia pulcra, serena, inconsistente y desilusionante, aunque a esas alturas una parte de la plaza le ofreció su entrega sin nada a cambio.
En este conjunto de reses de hechuras sin fondo, el lote más aparente cayó en manos de Manzanares. De su calidad al instrumentar pases no hay nada nuevo que añadir. Tiene el buen gusto en sus muñecas y en su porte. Pero hace falta algo más.
El segundo fue noble y, cuando el torero se colocó bien y se la dejó colocada, el animal repitió sus arrancadas. Manzanares no se centró casi nunca, pidió varias veces paciencia a quienes veían al toro y no veían ni una tanda ligada. Cambió los terrenos, escondió la muleta, se quedó al hilo y desplazó las embestidas. La maravilla de algunos pases muy bellos no fue más que la demostración de que otra faena era posible con semejante toro.
Esa falta de clarividencia en el mejor toro de la tarde se confirmó en el quinto con una labor espesa, de toques violentos, muy por debajo de lo que se puede esperar de Manzanares. Su calidad es muy grande, pero no es bueno ver a tan buen torero tan conformista.
La corrida en conjunto fue otro espectáculo soporífero. Daniel Luque, que torea muy bien de capa, no pudo enjaretar más de dos verónicas. El tercero se hundió en una voltereta y fue un toro imposible. La lidia se hizo interminable, todo se fue enturbiando con un encierro tan noble como nulo de casta brava. Aunque uno piensa que la torería andante los quieren así, bonitos, dulces, nobles y mansitos. Así se cargan este invento. Por lo menos el chaval proclamó que quiere y puede ser torero.