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Pase de pecho de Manuel Escribano (Foto: Álvaro Pastor Torres)

Álvaro Pastor Torres.- Palabrita del Niño Jesús –de la Sacramental del Sagrario, claro, cuyos cofrades de aquí a siete días celebrarán su gran fiesta eucarística en la mañana de la dominica in albis– que el titular de estas letras no es un homenaje al recientemente desaparecido Gabriel García Márquez –que podría serlo, pues el colombiano nunca ocultó su pasión por la tauromaquia-, sino la constatación fehaciente de algo que se venía barruntando desde que se presentaron los carteles, a pesar de la gran entrada que registró la plaza de toros y el cariño con el que el respetable recibió a los matadores. Porque hoy en día los festejos “mano a mano” se han devaluado más que una moneda sudamericana, y no suelen ir más allá de dos señores que, sean o no del mismo pueblo, van, hacen lo que pueden o mejor saben y hasta la próxima. Si la rivalidad consiste en esbozar unos quites forzados con un catálogo de lances manifiestamente mejorables o simplemente ventajistas, que le quiten el nombre a estas corridas y las llamen directamente “de dos matadores”. Si a esto le sumamos cómo se presentaba la tarde en lo meteorológico, de un cárdeno más oscuro que los bureles de Zahariche, y que los Miura salieron como hace dos, tres o cuatro años, pues esperar milagros en domingo -y no en jueves como en la película de Berlanga- era tener ya mucha fe.

Aunque para milagro el que el muy voluntarioso y valiente Manuel Escribano saliera por su propio pie de la plaza después del revolcón que le dio el tercer toro al recibirlo de rodillas casi en los medios, cosa que repitió en los otros dos miuras que le tocaron en suerte o en desgracia. Mucha voluntad también en banderillas –no siempre correspondida con la brillantez- y no poca exposición, a veces rozando lo temerario por las tablas.

La tarde, con sus matices, derivaba hacia el espesor, sobre todo por culpa del ganado. Pero a partir del tercero, entre la soba a Escribano, la soba a un espontáneo con pinta mesiánica que saltó al albero antes de iniciarse la faena –reducido por los de luces y entregado a la policía manu militari-, y el agua que empezó a caer con ganas durante la lidia del cuarto, la cosa derivó a una inevitable caída en picado.

Daniel Luque, ante unas reses de escasísimas opciones, estuvo muy técnico y, a veces, algo ventajista. En su haber, sobre todo, dos verónicas y el manejo de los aceros. En el debe, que a veces se aburrió demasiado pronto.

Plaza de toros de Sevilla. Domingo de Resurrección, 20 de abril de 2014. 1ª de abono. Más de tres cuartos de plaza en tarde lluviosa, ventosa y desapacible. Se destocó tras parear Curro Robles.

Seis toros de Miura con diversidad de hechuras y trapío. En general  deslucidos a excepción del segundo y los dos primeros tercios del tercero.

Manuel Escribano, de nazareno y oro: ovación tras aviso, silencio y ovación

Daniel Luque, de blanco y oro: silencio, silencio y palmas

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