Álvaro Pastor.- La última novillada del abono sevillano fue escasamante rentable para la terna. Será un festejo para el olvido rápido con el sopor como acompañante de uan novillada sosa y con muchos silencios para los novilleros

Seis novillos de Javier Molina, correctos de presentación (más serios 2º y 6º), flojos en general, discretos en varas, salvo el 5º y desiguales de juego: noblotes y sosos los dos primeros, repetidor y codicioso el 3º, complicados por sus cabeceos 4º y 5º y muy parado el último.
Juan Luis Rodríguez, estocada (saludos), y dos bajonazos atravesados que asomaron haciendo “municipal” y descabello (silencio tras aviso).
Diego Lleonart, pinchazo y estocada baja (silencio), y pinchazo y casi entera desprendida (silencio)
Rafael Castellanos, bajonazo (saludos), y media baja que con una “ayudita” entró una cuarta más (silencio)

Plaza de la Real Maestranza. 27º festejo de abono. Novillada con picadores. Algo menos de media entrada en tarde calurosa. Destacó tanto en la brega como con los palos el peón Óscar Castellanos.

Álvaro Pastor.- Sevilla

Si el discurso de Manuel Azaña en Barcelona el 18 de julio de 1938, que de vez en cuando cae en selectividad, es conocido como el de las tres pes (paz, piedad y perdón), la novillada de ayer en Sevilla puede pasar a la historia –o mejor, directamente al olvido- como la de las tres eses: sopor, silencios y sosería. Sopor, porque aunque la mañana estuvo agradable y encapotada, la tarde se metió en calor, quizá por eso al de la manguera se le fue mano y empapó demasiado el albero en la zona de sombra. Menos mal que el poniente refrescó algo el ambiente aunque molestó a los bisoños chavales. Silencio tras la muerte de la mayoría de los utreros como justo pago a unas faenas de escaso bagaje. Y sosería en los novillos, sobre todo los más nobles, y en unos supuestos aspirantes a la gloria taurina que derrocharon inexperiencia, indolencia y falta de corazón a partes iguales. Y también por ese empieza sótano, donde los novilleros metieron la tizona con reiteración y casi alevosía. Los utreros no fueron nada del otro mundo, pero tampoco merecieron esa colección de espadazos infames a cual más bajo y vomitivo en doble sentido: para el animal y para el espectador.

Los novillos de Javier Molina, que llevaban grabado a fuego como hierro de la vacada el símbolo de la marca automovilística Mercedes -pues el fundador de la ganadería fue un alto ejecutivo en Andalucía de la firma alemana-, no permitieron a los jóvenes soñar con comprarse uno de esos vehículos, aunque ahora un gran problema de la novillería andante es que muchos ya empiezan con el cochazo puesto de serie y así debe ser muy difícil arrimarse con ahínco. Hace unos años esta ganadería olvidó su origen Gamero Cívico para abrazar la nueva religión “domecquista”, vía Diego Puerta primero, y Jandilla-Fuente Ymbro después, y a fe que los productos jugados en el Baratillo demostraron con creces muchas de las supuestas “cualidades” de este encaste.

Juan Luis Rodríguez, que repetía por méritos propios, lanceó con suavidad al que abrió plaza, y con esa misma cualidad –o demérito, según se vea- continuó con la franela en un trasteo demasiado largo y perfilero. Quede en su haber algún pase de pecho y una estocada fulminante. En su segundo repitió el guión pero el utrero no tenía la bondad del otro.

Diego Lleonart causó una muy pobre impresión. Parece que el capote no es su fuerte, pero más tarde se demostró que la muleta y la espada tampoco; feo asunto. Mal colocado casi siempre y dando mantazos a diestro y siniestro, primero a un noble que se dejó y después a uno más complicado con atisbos de tobillero. Matando se sale descaradamente de la suerte y así es difícil pinchar en lo alto. Cuando despenó al quinto el respetable llevaba ya mucho tiempo charlando de sus cosas o los padres y abuelos intentando que no se le desgraciara por tendidos y gradas ningún chiquillo corretón.

El manchego Rafael Castellanos despertó al somnoliento público con su recibo de capa al tercero, pero todo fue un espejismo. Comenzó la faena doblándose reiteradamente por bajo ante un animal muy flojo -¿la traía ya pensada del hotel o no había alguien en la barrera que lo aconsejara?- y fue lentamente subiendo el tono a medida que el novillo repetía con codicia y prontitud, sobre todo por el lado derecho. Tres desarmes –el último obligó a Tejera a mandar callar la música- deslucieron un trasteo falto de temple; para colmo al matar se le fue la mano a los bajos. Con el último, un marmolillo descastado que dijo aquí me quedo, poco pudo hacer.

Foto: Álvaro Pastor

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