Álvaro Pastor Torres.- Novillada de abono en Sevilla. Conchi Ríos no progresa adecuadamente, al contrario. Emilio Huertas intentó muchas cosas, unas le salieron, otras no. Puso voluntad; le dieron una oreja. Álvaro Sanlúcar está aún muy verde para empresas de este tipo.

Plaza de toros de Sevilla. Domingo 20 de mayo de 2012. Novillada con picadores de abono. Menos de media entrada en tarde ventosa y primaveral con alternancia de nubes y claros. Se destocó en el quinto tras dos buenos pares José Otero, que tuvo la deferencia de compartir el saludo con Diego Valladar.
Seis novillos de El Serrano, dispares de hechuras, tipo y comportamiento. Chico y feo el soso primero; mansito y rajado el 2º; se paró pronto el brusco 3º; noblote sin más el 4º; repetidor y con algo de codicia el 5º, y muy serio y sin clase el que cerró plaza.
Conchi Ríos, de lila y oro: pinchazo y estocada perpendicular caída tirando la muleta las dos veces y dos descabellos (silencio), y estocada baja y tendida (silencio).
Emilio Huertas, de blanco y oro viejo: media tendida al encuentro (saludos), y estocada algo desprendida (oreja)
Álvaro Sanlúcar, de rosa asalmonado y oro: estocada baja que provoca derrame instantáneo (saludos) y estocada (silencio)

Una lección de Geografía

Mantenía Fernando Villalón, el poeta, teósofo y ganadero que soñaba en la marisma con toros de imposibles ojos verdes, que el mundo se dividía en dos partes: Sevilla, que puso la plaza de toros, y Sanlúcar de Barrameda de donde vino Álvaro Sanlúcar arropado por muchos paisanos. De la Mancha, patria chica de Emilio Huertas, y del reino de Murcia que vio nacer a la señorita torera Concho Ríos, no se tiene constancia que dijera nada el vecino más famoso y excéntrico de la collación de San Bartolomé que hoy mismo sacaba a la calle a la reina del barrio, la Virgen de la Alegría. Eso mismo, alegría, faltó en una tarde condicionada por el viento, el juego irregular del ganado y unas circunstancias diversas de los intervinientes.

Conchi Ríos va para atrás: en el albero ante el toro y en la credibilidad del mundillo taurino. Le cuesta un hemisferio cruzarse y otro quedarse quieta, así que poco se puede destacar de una actuación a caballo entre el ballet, la inhibición en muchas partes de la lidia, las distancias y las constantes entregas de engaños como paso previo a salir corriendo. Su primero, noblote, fue excesivamente castigado en varas. Desaprovechó las primeras y ciertas embestidas del cuarto, un serio castaño hecho cuesta arriba, con un desesperante y continuo paso atrás y siempre al hilo del pitón. Con la espada frecuentó el sur, o sea los bajos, más de lo deseable.

Emilio Huertas intentó muchas cosas, unas le salieron, otras no, pero quiso estar variado y voluntarioso, cosa que es de agradecer. La lidia del segundo tuvo lances de capea, con el manso utrero de caballo a caballo. La faena, de muchos pases, inconexa, apenas dejó algo para el recuerdo por la postura tan forzada del novillero, su constante codilleo y los errores de colocación. Menos mal que tanto el joven manchego como la cuadrilla lavaron algo su honor en el quinto, donde Huertas volvió a ejecutar infinidad de pases, esta vez con la ayuda inestimable de la música. Mató pronto -y regular- y le pidieron mayoritariamente la oreja.

Álvaro Sanlúcar no está aún para novilladas de este tipo y en estas plazas de responsabilidad, pero como la cosa está tan mala no hay más remedio que atropellar la razón. Con el capote toreó con cierto regusto a la verónica en su primero, no así en el que cerró plaza, que le ganó la batalla en el primer tercio. Su verdor se evidenció aún más con la muleta en distancias, terrenos, recursos y una alarmante falta de variedad en las suertes.

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