La primera de San Miguel no se salvó ni por la oreja pueblerina que cortó Castella en el sexto. El lote de Parladé fue ruinoso y acabó con las expectativas de la tarde. Morante, con detalles; Castella, valiente.

Parladé / Morante y Castella

Seis toros de Parladé, el segundo lidiado como sobrero, desiguales de presencia, alguno muy terciado como el segundo devuelto y el tercero, de muy mal juego por falta de casta y fuerzas. Los seis fueron pitados en el arrastre.

Morante de la Puebla: dos pinchazos y descabello (aplausos tras aviso), pinchazo y estocada caída (silencio) y dos pinchazos y descabello (silencio).
Sebastián Castella: media atravesada y dos descabellos (silencio tras aviso), pinchazo y bajonazo (palmas) y bajonazo (una oreja).

Pla de la Real Maestranza, 1ª de San Miguel. Lleno en tarde nublada. Saludó en banderillas Curro Molina y picó con acierto Cristóbal Cruz.

Carlos Crivell.- Sevilla

Si hubiera seriedad en la Fiesta, después de la primera de San Miguel al aficionado bueno le gustaría saber que algunos taurinos han tomado algunas decisiones. Sería gratificante saber que los dueños de Parladé, la familia de Juan Pedro Domecq, han dado la orden de sacrificar las vacas que han parido a los toros lidiados y también a los sementales que las preñaron.

La seriedad también supondría que la empresa haría un anuncio, para tranquilizar a la afición, con la noticia de que en la temporada próxima no se comprará ninguna corrida ni de Juan Pedro ni de Parladé.

En un paso más de coherencia, los matadores que se enfrentaron a este tipo de reses nos harían llegar su decisión de no volver a exigir en mucho tiempo un encierro de Parladé.

Si hay seriedad, habría que exigir responsabilidades a la música por tocar sin motivo, al presidente, por conceder una oreja propia de un pueblo sin luz, y también organizar un cursillo acelerado de conocimientos mínimos para los que pidieron la oreja del sexto para Castella, para que sepan que después de una faena sólo decorosa y un bajonazo no se pueden reclamar trofeos en el templo del toreo.

Pero la seriedad no existe casi en ninguna parcela de esta sociedad. Si para entender cómo está España basta analizar cómo anda la Fiesta, se vuelve la oración y la Fiesta es el fiel reflejo de un estado de cosas lamentable a todos los niveles.

Seis toros de Parladé para el matadero, carentes de los necesarios atributos del toro de lidia. No hubo ni bravura ni fuerzas; de casta, ayunos, pero tampoco estaban bien presentado. El toro debe ser el reflejo de su encaste. Algunos de Parladé, altos y zancudos, perecían de cualquier ganadería menos de Domecq.

Y eso que la tarde prometía. Se cayó El Cid, por cierto, uno de los triunfadores de la tarde, y las taquillas no se resintieron. La Maestranza tenía el aspecto de las grandes tardes. La ilusión se palpaba en los tendidos. Todo se hundió conforme salían al ruedo los toros de la divisa amarilla.

Morante fue desparramando pinceladas sueltas de su torería y calidad. Lo hizo en el primero, tan flojo como noble, al que enjaretó tres naturales soberbios de entrada. Parecía una faena grande, pero ya no hubo limpieza en los derechazos ni por la izquierda surgieron muletazos parecidos. Quedó un torero con voluntad y algunos de pecho para enmarcarlos.

Al tercero, sólo dos verónicas y la media como detalle de su consumado estilo con el percal. El de Parladé embestía a cabezazos. Morante hizo lo que siempre se llamó una faena de aliño.

El quinto era un tío por delante. Sólo tenía presencia, porque fue manso y descastado. El torero de La Puebla dibujó un enorme muletazo por bajo con la rodilla en tierra, se echó la franela a la izquierda y dibujó dos pases limpios, pero todo duró un suspiro. El animal se frenó, levantó la cabeza y se paró. Hizo el esfuerzo y lo sacó al centro. El toro ya era una basura.

Castella estuvo toda la tarde dispuesto, valiente y fiel a su estilo. Con el capote, apenas unos detalles en las chicuelinas del quite al cuarto. El sobrero segundo fue malo, soso y con el freno echado. Castella se llevó una voltereta y se arrimó con ganas.

Recibió al cuarto con unos estatuarios solemnes, muy quieta la planta, vertical como un poste, con un valor seco de impresión. En adelante, de nuevo un toro sin recorrido, siempre con la cara alta y sin posibilidades. Acabó gazapón y rajado. A estas alturas, el francés parecía descorazonado, al menos se fue muy pronto por la espada.

Lo mejor de su labor fue el comienzo de la faena al sexto con los pases por al espalda, los de la firma y el de pecho en una loseta. Se mostró valiente, pero apenas pudo consumar algunas tandas medio completas porque el de Parladé embestía sin vida. Animó el cotarro con un circular y lo mató de un bajonazo. La gente, para olvidar la ruina vivida, sacó el pañuelo en minoría y el palco, sin criterio ni categoría para presidir en la Maestranza, sacó el suyo. La plaza se había convertido en una verbena. Lo más curioso es que a la salida, la mayoría se echaban las manos a la cabeza por la oreja concedida.

En fin que si hubiera seriedad, en pocos días habría noticias sobre este festejo. Pero, tranquilos, no pasa nada. La seriedad es una virtud que está en extinción.

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