La novillada de Sevilla se saldó con una oreja sin relieve para el debutante Román Pérez, muentras que el mexicano Mario Aguilar se estrelló con el lote pésimo de la tarde, pero dejó constancia de sus cualidades. Pérez Valcrce, discreto.

Bucaré / Pérez Valcarce, Mario Aguilar y Román Pérez

Ganadería: seis novillos de Bucaré, correctos de presentación y de pobre juego por falta de raza y escaso celo. El mejor fue el tercero y cumplió el sexto, Pésimos, segundo, cuarto y quinto.

Pérez Valcarce: estocada trasera y descabello (saludos) y estocada atravesada y dos descabellos (silencio).
Mario Aguilar: media estocada (saludos) y pinchazo y estocada (silencio).
Román Pérez: estocada (una oreja) y estocada atravesada y tres descabellos (palmas).

Plaza de la Maestranza, 15 de junio. Media plaza. Calor.

Carlos Crivell.- Sevilla

La última de las novilladas del abono no pasará a la historia del toreo. Ni siquiera la oreja que paseó el francés Román Pérez tuvo como soporte una faena de calidad. Es más, no había ni petición suficiente, pero el palco sevillano ha perdido completamente el norte y concede trofeos en el último suspiro, cuando ya los novillos están siendo arrastrados. Es la mejor forma de evitarse complicaciones; se concede la oreja y se quita problemas. Estas novilladas están tomadas por visitantes casuales, japoneses y otras gentes diversas. El aficionado ya no tiene ni ganas de protestar.

Se cerró el ciclo de novilladas de abono con un encierro muy bajo de casta de Bucaré. De los seis que se lidiaron sólo repitió con alguna codicia el tercero; algo, el sexto. El resto metieron la cara por alto y salieron de los pases mirando al cielo azul sevillano.

El novillero que despertaba mayor interés era el mexicano Mario Aguilar, que se ganó la repetición la semana anterior. Con el lote malo de la tarde, el chaval de Aguascalientes ha dejado la muestra de su buena clase y de su valor. Toreó con elegancia con el capote. Fue cogido en un quite por tafalleras al primero. Ni se miró. Finalizó con un nuevo lance y una revolera.

El segundo fue mansito. En las primeras tandas ligó pases con la derecha, pero el novillo fue acortando el viaje y bajando su calidad. Aguilar dejó constancia de su valor sereno, sufrió algún que otro achuchón sin consecuencias y lo mató de media fulminante.

El quinto fue un novillo pésimo. Toda la voluntad de triunfo del mexicano se estrelló con el de Bucaré, que siempre se quedó a mitad de camino y buscó al torero. La plaza le hizo un quite providencial al joven azteca al perderla la cara al astado. Aguilar sólo pudo estar valiente, insistente y luchar contra algunas ráfagas de viento.

Se presentó el palaciego Pérez Valcarce en la Maestranza. Poco se puede anotar en el primero, salvo algún apunte de toreo de buen estilo con el capote. Esta sensación se confirmó más tarde, sobre todo en untar de medias verónicas de mucho sabor, como la que instrumentó al sexto en un quite. La faena al primero fue un concierto de sosería compartido. El novillo se iba distraído de los pases y el torero no transmitía emociones.

El cuarto fue horrible. No sólo fue de una sosería soberana, sino que también carecía de raza. El novillero de Los Palacios se sintió impotente para enjaretar una faena lucida.

El francés Román Pérez se encontró con una oreja sorprendente en el tercero. Fue así porque el novillo tenía clase y movilidad y la faena de Pérez no pasó de discreta. El de Bucaré fue bravo en el caballo. La faena fue larga, metiendo mucho pico, encorvando el cuerpo y de calidad mediocre. Lo mejor fueron algunos de pecho mejor ligados. También es digno de elogio el entusiasmo del chaval, que se autojaleó de forma reiterada. De tal forma que cuando mató de una estocada, una tímida petición de oreja fue satisfecha por el presidente de forma caprichosa.

Con el sexto, no tan bueno, pero manejable, las carencias de Román Pérez se apreciaron con claridad. Su voluntariosa labor fue un compendio de pases vulgares, siempre embarcando con el pico en tandas muy cortas, que ahora ya no calaron en el tendido. De nuevo destacó en los de pecho. La gente, a pesar de todo, lo aplaudió mucho. Y es que el chaval vende bien su mercancía.